Un año después de su partida, Mariana se encontraba en el aeropuerto, esperando su vuelo de regreso a El Encanto. La noticia de una urgencia familiar había sido inesperada; su abuela había sufrido una caída y necesitaba su ayuda. Aunque su mente estaba ocupada por preocupaciones familiares, no pudo evitar que el recuerdo del pueblo y de los eventos que allí ocurrieron se colara en sus pensamientos.
El viaje a El Encanto fue tranquilo en comparación con su experiencia pasada. El avión aterrizó sin contratiempos, y al descender, Mariana sintió una mezcla de anticipación y ansiedad. El pueblo parecía igual a como lo recordaba: tranquilo, con sus calles empedradas y casas de colores que daban la bienvenida al sol de la mañana.
Sin embargo, a pesar de la apariencia de normalidad, Mariana notó que algo había cambiado. Un ligero escalofrío recorría su espalda mientras se dirigía hacia la cabaña de su abuela, y una sensación inquietante la envolvía. A pesar de su esfuerzo por mantener una actitud positiva, la presencia de la oscuridad, aunque sutil, era inconfundible.
Al llegar a la cabaña, se encontró con su abuela en una silla de ruedas, rodeada de cálidas sonrisas de los vecinos que habían venido a ofrecer su apoyo. La familiaridad de la casa, con sus paredes decoradas con fotos antiguas y muebles acogedores, le ofreció un consuelo momentáneo. Sin embargo, incluso en este refugio de amor familiar, la sensación de desasosiego persistía.
Mariana pasó el primer día ayudando a su abuela con las necesidades básicas y poniéndose al tanto de la situación. Aunque la recuperación de su abuela era lenta, parecía estar en buen estado de ánimo. El verdadero desafío para Mariana era lidiar con su propia inquietud.
Durante la noche, cuando el pueblo estaba envuelto en el silencio de la oscuridad, las viejas pesadillas empezaron a regresar. Mariana se despertaba sudorosa, con la sensación de que algo la observaba desde las sombras. Aunque el sueño de su pasado oscuro parecía lejano, la presencia que sentía era familiar, como un eco persistente de los eventos que había tratado de dejar atrás.
En uno de esos momentos de inquietud, decidió dar un paseo por el pueblo. Las calles estaban desiertas, y las luces de las casas proyectaban sombras largas y distorsionadas. Mientras caminaba, sintió una presencia que la seguía, como si los fantasmas de su pasado hubieran regresado para reclamar su atención.
Mariana se detuvo en el viejo puente que cruzaba el río que serpenteaba por el pueblo. Miró las aguas oscuras y corrientes, tratando de encontrar alguna explicación lógica para lo que estaba experimentando. La sensación de ser observada se intensificó, y el aire se volvió pesado, como si la atmósfera estuviera cargada de energía desconocida.
Decidida a enfrentar sus miedos, Mariana se adentró en el bosque cercano, el mismo bosque donde había enfrentado a los Velasco. Las ramas crujían bajo sus pies, y el silencio era interrumpido solo por el sonido de su respiración y el suave murmullo del viento. A medida que se adentraba más en el bosque, la presencia se hacía más intensa, y las sombras parecían moverse con vida propia.
Al llegar a un claro, Mariana se detuvo y trató de sentir lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Una sensación de frío la envolvía, y las antiguas cicatrices de su alma parecían reabrirse. Sin embargo, no había signos visibles de lo que podría estar causando la inquietud.
Mariana decidió regresar a la cabaña, su mente agitada y el corazón acelerado. Aunque no pudo identificar la fuente exacta de su malestar, estaba segura de que algo en El Encanto no estaba del todo bien. La oscuridad que había enfrentado antes parecía haberse asentado en el pueblo de nuevo, aunque no sabía si era real o una manifestación de sus propios temores.
Al llegar a casa, se encontró con su abuela dormida, tranquila en su habitación. Mariana se sentó junto a la ventana, observando el cielo estrellado y buscando alguna señal de esperanza. Sabía que tenía que mantenerse alerta, no solo por su propia seguridad, sino también por la de su abuela y el resto del pueblo.
Las noches en El Encanto seguían siendo inquietantes, pero Mariana estaba decidida a enfrentar cualquier sombra que pudiera surgir. A pesar de los recuerdos que la atormentaban, se sentía más fuerte y preparada para enfrentar cualquier desafío que se presentara. Sabía que su tiempo en el pueblo podría tener sorpresas inesperadas, pero estaba dispuesta a hacer frente a lo que viniera con la valentía y la determinación que había desarrollado.