El sol del mediodía golpeaba con fuerza las calles polvorientas de Silver Creek. El aire estaba cargado de calor y silencio, roto solo por el crujir de las ruedas de una carreta que avanzaba lentamente por el camino principal. Los pocos habitantes que estaban fuera de sus casas alzaron la vista, curiosos, mientras la carreta se detenía frente a la desvencijada posada del pueblo.
Una mujer descendió, sus botas levantando pequeñas nubes de polvo. Vestía un vestido oscuro, sencillo pero elegante, con un sombrero que ocultaba gran parte de su rostro. Abigail Carter, como se había presentado al cochero, alzó la mirada hacia el edificio y suspiró antes de entrar.
Desde la ventana de su oficina, Nathan Hale, el sheriff de Silver Creek, observó la escena con interés. Las forasteras no eran comunes en un lugar como ese, especialmente mujeres solas. Había algo en la manera en que Abigail caminaba, erguida y segura, que despertó su curiosidad. No parecía intimidada, a pesar de las miradas que la seguían como sombras.
Dentro de la posada, Abigail se dirigió al mostrador, donde el posadero, un hombre bajo y rechoncho llamado Tom, la recibió con una mezcla de amabilidad y suspicacia.
—¿Qué la trae a Silver Creek, señora? —preguntó mientras limpiaba un vaso con un paño dudoso.
—Negocios personales —respondió Abigail con voz firme, pero no ofreció más detalles. Sacó unas monedas y las dejó sobre el mostrador—. Necesito una habitación.
Tom asintió lentamente y le entregó una llave. Mientras subía las escaleras hacia su cuarto, Abigail sintió las miradas de los pocos clientes del salón clavadas en su espalda. Había aprendido a soportar ese escrutinio, pero nunca dejó de incomodarla.
Nathan apareció en la puerta de la posada justo cuando Abigail terminaba de subir. El sheriff, con su sombrero inclinado sobre los ojos y su placa reluciendo en el pecho, se dirigió al mostrador.
—¿Quién es? —preguntó, señalando hacia las escaleras.
Tom se encogió de hombros.
—Se llama Abigail Carter. Dice que está aquí por negocios personales. No parece una amenaza, pero... no sé, tiene un aire extraño.
Nathan asintió y se giró hacia la escalera. Algo en su instinto le decía que esa mujer traía consigo más de lo que aparentaba.
Esa misma noche, el pueblo, que normalmente caía en un letargo silencioso después del atardecer, se agitó con un estallido repentino de gritos y disparos. Nathan salió corriendo de su oficina, pistola en mano, hacia la calle principal, donde vio a tres hombres encapuchados disparando contra la taberna del pueblo.
Abigail, que observaba desde la ventana de su habitación, apretó los labios al reconocer a los atacantes. "No puede ser", pensó, mientras una mezcla de miedo y determinación la invadía.
Cuando Nathan disparó al aire para llamar la atención de los atacantes, Abigail supo que no podría quedarse al margen por mucho tiempo. Este pueblo no era tan diferente de los lugares que había dejado atrás. Y, como siempre, los secretos la seguían.
¿Qué les pareció la entrada de Abigail? ¿Qué secretos creen que esconde? ¡Déjenme sus teorías en los comentarios! ¡Nos vemos en el próximo capítulo!