La taberna ardía como una hoguera infernal, iluminando el rostro preocupado de Nathan mientras intentaba organizar a los habitantes de Silver Creek. Algunos hombres corrían con cubos llenos de agua, mientras otros ayudaban a evacuar el edificio. Las llamas se alzaban como un rugido que parecía querer consumir no solo la madera, sino también la poca tranquilidad que el pueblo había logrado mantener tras el ataque inicial.
Abigail permanecía a un lado, observando con una mezcla de preocupación y frustración. Su instinto le decía que este fuego no era un accidente. Era un mensaje. Y no podía ignorar la certeza de que ese mensaje iba dirigido a ella.
—¡Abigail! —gritó Nathan, acercándose a ella con pasos apresurados—. Necesitamos ayuda para controlar esto. No te quedes ahí parada.
—¿Y qué se supone que haga, sheriff? —respondió Abigail, cruzándose de brazos—. No creo que mi pistola sea de mucha utilidad contra un incendio.
Nathan apretó los dientes, pero antes de replicar, un pensamiento cruzó su mente. La taberna no era un objetivo cualquiera.
—Este incendio no es un ataque al azar —dijo en voz baja, más para sí mismo que para Abigail.
Ella lo miró fijamente.
—Lo has entendido. Esto no es más que una distracción.
Nathan la fulminó con la mirada.
—Si sabes algo más, será mejor que lo digas ahora, porque no voy a seguir jugando a los enigmas.
Abigail suspiró y se apartó unos pasos, alejándose del bullicio. Nathan la siguió, sin apartar su atención de ella. Finalmente, se detuvo y habló en voz baja.
—No quería involucrarlos, sheriff. Pero parece que no tengo opción. Los hombres que atacaron este pueblo... trabajan para un hombre llamado Rupert Maddox.
Nathan frunció el ceño. Ese nombre no le era familiar, pero algo en el tono de Abigail lo inquietaba.
—¿Quién es Maddox?
Abigail lo miró directamente a los ojos, como si tratara de medir cuánta verdad estaba preparada para revelar.
—Es un hombre que controla más de lo que imaginas. Ciudades, rutas comerciales... y vidas. Hace años, trabajé para él sin saber realmente quién era. Cuando descubrí la verdad, intenté alejarme, pero nadie se marcha de su red tan fácilmente.
Nathan sintió que el peso de sus palabras caía sobre él como un yugo.
—¿Y por qué vendrías aquí? ¿Por qué arriesgarías a este pueblo?
—No tenía opción —respondió Abigail, su voz cargada de amargura—. Maddox no deja cabos sueltos, y yo soy uno de ellos. Pensé que podía desaparecer aquí, pero parece que me subestimé.
Nathan pasó una mano por su rostro, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Si lo que Abigail decía era cierto, entonces Silver Creek estaba en peligro, no solo por ella, sino por las fuerzas más grandes que la perseguían.
—Entonces Maddox quiere algo de ti —dijo Nathan, su tono ahora más frío—. Y parece que no le importa a cuántos tenga que destruir para conseguirlo.
Abigail asintió.
—Por eso intenté mantenerme al margen. Pero ahora ya no puedo.
—Tampoco quiero que te mantengas al margen —replicó Nathan con dureza—. Si este hombre viene por ti, entonces vamos a enfrentarlo juntos. Pero no voy a permitir que sigas ocultándome cosas.
Antes de que Abigail pudiera responder, un disparo resonó en la distancia, haciendo eco en el silencio que comenzaba a llenar las calles. Nathan y Abigail intercambiaron una mirada rápida antes de correr hacia el origen del sonido.
El disparo los llevó a las afueras del pueblo, donde encontraron a Aidan con su rifle en las manos. Frente a él, tendido en el suelo, había un hombre ensangrentado pero vivo, gimoteando por el dolor.
—¡Sheriff! —gritó Aidan—. Este hombre estaba merodeando cerca de los establos. Intentó huir cuando lo vi.
Nathan se inclinó sobre el hombre herido, estudiándolo con atención. Su ropa desgastada y su expresión aterrorizada confirmaban que no era un simple vagabundo.
—¿Quién eres? —preguntó Nathan con voz firme—. ¿Y qué estás haciendo aquí?
El hombre jadeó, intentando alejarse, pero Abigail se adelantó, colocando una bota sobre su pecho para inmovilizarlo.
—Responde, o el próximo disparo no será de advertencia —dijo, su tono afilado como un cuchillo.
El hombre levantó las manos en señal de rendición.
—¡Me enviaron! Maddox... me envió para vigilarla. Dijo que me quedara cerca, que esperara órdenes.
Nathan y Abigail intercambiaron una mirada cargada de tensión.
—¿Órdenes para qué? —presionó Nathan.
—No lo sé, lo juro. Solo me dijeron que... que si ella no cooperaba, quemáramos el pueblo.
El aire se volvió pesado con el peso de sus palabras. Nathan se levantó, su rostro endurecido.
—Llévenlo a la celda —ordenó a Aidan—. Quiero respuestas, y no me importa cuánto tiempo tome obtenerlas.
Mientras Aidan arrastraba al hombre hacia el pueblo, Nathan se volvió hacia Abigail.
—Esto no termina aquí. Si Maddox quiere destruir este lugar, vamos a necesitar más que pistolas y amenazas para detenerlo.
Abigail lo miró con seriedad.
—Si piensas enfrentarlo, sheriff, será mejor que te prepares. Maddox no juega limpio, y menos cuando tiene algo que perder.
Nathan asintió lentamente, con el peso de la responsabilidad apretándole el pecho. Silver Creek estaba al borde de un precipicio, y ahora él tenía que decidir si dar el paso para salvarlo... o caer con él.
¿Cómo creen que Nathan y Abigail podrán enfrentarse a Maddox? ¿Será suficiente la fuerza de voluntad para proteger Silver Creek? ¡Compartan sus teorías y nos vemos en el próximo capítulo!