Abigail caminaba con paso firme hacia los hombres que se acercaban, sintiendo cada mirada clavada en su espalda. Las balas cesaron momentáneamente, como si ambos bandos contuvieran el aliento al ver su movimiento. Nathan observaba desde detrás de una barricada, su mandíbula apretada, deseando poder detenerla, pero sabiendo que cualquier interferencia arruinaría el plan.
Los hombres de Maddox la miraron con curiosidad y desconfianza. Al frente, un hombre alto con cicatrices en la cara desmontó de su caballo y avanzó hacia ella. Su figura imponente se movía con la confianza de alguien que estaba acostumbrado a tener el control.
—Abigail Westwood —dijo el hombre, su voz grave y burlona—. Nunca pensé que tendrías el valor de salir por tu cuenta. ¿Es esto una rendición o una despedida?
—Ni lo uno ni lo otro —respondió Abigail, su voz firme—. Estoy aquí para hablar con Maddox.
El hombre arqueó una ceja, intrigado.
—¿Crees que tienes algo que decirle que pueda interesarle?
—Díselo tú mismo —replicó ella—. Pero asegúrate de dejarle claro que si no me escucha, esto no terminará bien para ninguno de los dos.
El hombre soltó una carcajada, pero había una chispa de respeto en sus ojos.
—Tienes agallas, eso es seguro. Muy bien, Abigail. Ven conmigo.
Abigail fue conducida al campamento improvisado de los hombres de Maddox, justo fuera de los límites del pueblo. Las hogueras ardían, iluminando los rostros curtidos de los bandidos que la rodeaban. Ella mantenía la cabeza en alto, aunque podía sentir el peso de sus miradas evaluándola.
En el centro del campamento estaba Maddox. Era un hombre en la cima de la mediana edad, con una barba bien recortada y un porte que mezclaba elegancia y brutalidad. Su presencia dominaba el lugar, y los murmullos se apagaron en cuanto Abigail llegó frente a él.
—Abigail Westwood —dijo Maddox, sonriendo como un depredador que acaba de acorralar a su presa—. Han pasado años. Pensé que habías desaparecido para siempre, pero aquí estás, desafiándome de nuevo.
—No estoy aquí para desafiarte, Maddox —respondió Abigail, mirándolo directamente a los ojos—. Estoy aquí para negociar.
Maddox soltó una carcajada.
—¿Negociar? ¿Crees que tienes algo que puedas ofrecerme que no pueda simplemente tomar?
—Tal vez no puedas tomarlo todo —replicó ella con calma—. Tú y yo sabemos que tu ataque a Silver Creek no es solo sobre mí. Estás buscando una victoria rápida, pero no puedes permitirte perder más hombres en una batalla prolongada. Y eso es exactamente lo que tendrás si no me escuchas.
Maddox entrecerró los ojos, evaluándola.
—Habla.
—Déjame y al pueblo en paz —dijo Abigail—. En cambio, te daré algo que te interesa más que una pequeña venganza.
La multitud alrededor se tensó, expectante. Maddox se inclinó hacia adelante, intrigado.
—¿Qué es lo que podrías ofrecerme?
Abigail tomó aire, sabiendo que lo que estaba a punto de decir era un riesgo calculado.
—Los planos de tu próxima emboscada.
Un murmullo recorrió el campamento. Maddox la miró fijamente, como si intentara leer su mente.
—¿Cómo sabes de eso?
—Sé más de lo que piensas —respondió ella—. Durante años trabajé para ti, Maddox. Conozco tus movimientos, tus contactos, tus métodos. Si crees que tus planes son un secreto, estás subestimándome.
Maddox permaneció en silencio por un largo momento antes de soltar una carcajada que resonó en el campamento.
—Eres buena, lo admito. Pero eso no significa que confíe en ti. ¿Por qué debería creerte?
—Porque no tienes nada que perder escuchándome —replicó Abigail—. Y porque sabes que si te enfrentas a Silver Creek y sobrevives, mi gente no te dejará en paz. ¿Cuánto tiempo crees que podrás mantener el control si sigues perdiendo hombres en batallas inútiles?
Maddox apretó los labios, claramente considerando sus palabras. Finalmente, hizo un gesto hacia uno de sus hombres.
—Lleva a Abigail a mi tienda. Hablaré con ella en privado.
Abigail no mostró emoción, pero su mente trabajaba a toda velocidad. Había ganado un poco de tiempo, pero ahora debía convencer a Maddox de que su oferta era genuina, y que traicionarlo no era parte de su plan.
Mientras tanto, en Silver Creek, Nathan observaba las hogueras del campamento enemigo desde una posición elevada. Sus hombres estaban inquietos, preguntándose qué ocurría con Abigail.
—¿Crees que está bien? —preguntó Aidan, su voz cargada de preocupación.
—No lo sé —respondió Nathan con franqueza—. Pero confío en ella. Si alguien puede enfrentarse a Maddox y salir con vida, es Abigail.
A pesar de sus palabras, Nathan no podía deshacerse del peso en su pecho. Algo en esta tregua momentánea no le daba buena espina, como si las sombras del pasado de Abigail fueran más oscuras de lo que él podía imaginar.
En la tienda de Maddox, Abigail se sentó frente a él, manteniendo la calma mientras él la estudiaba con una mezcla de interés y desconfianza.
—Tienes coraje, eso lo admito —dijo Maddox, sirviéndose un trago de whisky—. Pero también tienes demasiados secretos. Dime, Abigail, ¿qué te hace pensar que puedes jugar conmigo?
Abigail sonrió, pero sus ojos estaban fríos.
—Porque, Maddox, jugar contigo fue lo que me mantuvo viva todos esos años. Y porque sabes que soy la única persona que puede darte lo que necesitas.
Maddox inclinó la cabeza, sus ojos brillando con algo parecido a la admiración.
—Tienes mi atención, Abigail. Pero si me traicionas… bueno, ya sabes cómo termina eso.
Abigail asintió, sabiendo que había cruzado una línea de la que no podría regresar.
Abigail está jugando con fuego, ¿podrá mantenerse firme ante Maddox o su plan se volverá en su contra? ¡Compartan sus teorías y nos vemos en el próximo capítulo!