Sombras en el polvo

Capítulo 14: Cicatrices del Pasado

Sombras en el Polvo

Capítulo 14: Cicatrices del Pasado

El amanecer llegó teñido de un gris melancólico, como si el cielo mismo lamentara la sangre derramada durante la noche. Silver Creek estaba en silencio, pero no era la calma de la paz, sino la del agotamiento. Los habitantes se movían lentamente, revisando los daños, recogiendo a los heridos y reparando las barricadas.

Abigail observaba desde el campanario, con los ojos fijos en el horizonte. Su cuerpo estaba adolorido, y un corte en su brazo izquierdo recordaba lo cerca que había estado de la muerte. Pero más que el dolor físico, era el peso de las decisiones lo que la agobiaba.

Nathan subió al campanario, su sombrero cubierto de polvo. Cuando llegó a su lado, su mirada era seria, pero había un destello de preocupación en sus ojos.

—Abigail —dijo suavemente—. Tenemos que hablar.

Ella no apartó la vista del horizonte.
—Si es sobre Maddox, ya lo sé. Volverá.

Nathan suspiró, cruzando los brazos.
—No es solo eso. Los hombres están agotados. Las mujeres y los niños están asustados. No sé cuánto tiempo más podrán soportar esto.

Finalmente, Abigail lo miró, y en sus ojos había una mezcla de culpa y determinación.
—Lo soportarán porque no tienen otra opción. Si dejamos que Maddox gane, este pueblo desaparecerá.

Nathan dio un paso hacia ella, su voz más baja pero cargada de intensidad.
—Y tú… ¿cuánto más puedes soportar, Abigail?

La pregunta la tomó por sorpresa. Por un momento, quiso mentir, decir que estaba bien, que no necesitaba nada. Pero las palabras se atascaron en su garganta.

—Esto no se trata de mí —dijo finalmente, desviando la mirada.

Nathan la estudió en silencio, pero decidió no insistir. Sabía que había algo más, algo que Abigail no estaba dispuesta a compartir, pero también sabía que presionarla solo la haría cerrarse más.

—Solo recuerda que no estás sola en esto —dijo antes de marcharse.

Más tarde, mientras los habitantes descansaban y se preparaban para lo que vendría, Abigail caminó hasta la parte trasera de la taberna. Allí, en una habitación que había cerrado con llave desde su llegada al pueblo, guardaba un pequeño cofre.

Lo abrió con cuidado, revelando un conjunto de cartas amarillentas, una vieja pistola y un medallón de plata con una inscripción desgastada: "Para siempre, hasta el último aliento".

Tomó el medallón entre sus dedos, sintiendo el peso de los recuerdos que había intentado enterrar. Maddox no solo era un enemigo; él era su pasado.

Hace años, cuando era joven y vulnerable, Abigail había confiado en él. Había creído en sus promesas, en su encanto, en las mentiras que ahora veía tan claramente. Pero Maddox la había traicionado, llevándose no solo su confianza, sino también algo más, algo que jamás había contado a nadie.

Mientras sostenía el medallón, un escalofrío recorrió su cuerpo. No podía permitirse recordar ahora. No cuando el futuro de Silver Creek dependía de su fortaleza. Guardó el cofre nuevamente y salió de la habitación, cerrando la puerta como si pudiera encerrar sus propios fantasmas.

En otro lugar, lejos del pueblo, Maddox estaba reunido con sus hombres. A pesar de la derrota de la noche anterior, su confianza no había disminuido.

—Silver Creek es un hueso duro de roer —dijo uno de sus lugartenientes, un hombre robusto con cicatrices en el rostro—. Tal vez deberíamos buscar otro pueblo.

Maddox lo miró con una frialdad que hizo que el hombre retrocediera.
—No. Silver Creek es mío. Siempre lo ha sido, y siempre lo será.

—¿Por qué insistes tanto en ese lugar? —preguntó otro, con más cautela.

Maddox esbozó una sonrisa amarga, su mirada perdiéndose en la distancia.
—Porque no se trata solo del pueblo. Se trata de Abigail.

Los hombres intercambiaron miradas, pero ninguno se atrevió a cuestionarlo.

—¿Y qué haremos ahora? —preguntó finalmente el primero.

Maddox se puso de pie, su figura imponente proyectando una sombra sobre ellos.
—Ahora, atacamos de verdad. Quiero que traigan a todos los hombres disponibles. No dejaremos nada en pie.

En Silver Creek, Abigail estaba en la taberna, revisando un mapa con Nathan y Aidan. Los tres discutían estrategias, pero el cansancio era evidente en sus rostros.

—Necesitamos refuerzos —dijo Aidan, golpeando la mesa con frustración—. No podemos enfrentarnos a otro ataque con lo que tenemos.

—¿Y de dónde los sacaremos? —preguntó Nathan—. Los pueblos cercanos están igual de asustados que nosotros.

Abigail guardó silencio por un momento antes de tomar una decisión.
—Hay alguien que podría ayudarnos.

Nathan y Aidan la miraron con sorpresa.

—¿Quién? —preguntó Nathan.

Ella tomó aire antes de responder.
—Un viejo conocido. Vive al otro lado de las montañas. Es peligroso, pero si lo convencemos, podríamos tener una oportunidad.

Nathan frunció el ceño.
—¿Dices que es peligroso? ¿Por qué confiaríamos en alguien así?

Abigail lo miró a los ojos, su expresión más seria que nunca.
—Porque no tenemos otra opción.

Con el tiempo en su contra, Abigail sabía que debía partir al amanecer. La esperanza de encontrar ayuda era mínima, pero era mejor que esperar otro ataque sin hacer nada.

Antes de irse, se acercó a Nathan, quien estaba supervisando a los tiradores en las barricadas.

—Voy a necesitar que mantengas el pueblo a salvo mientras estoy fuera —dijo.

Nathan asintió, pero la preocupación en sus ojos era evidente.
—¿Estás segura de esto, Abigail?

—No. Pero es lo único que puedo hacer.

Él la miró durante un largo momento antes de poner una mano en su hombro.
—Ten cuidado.

Ella asintió, pero no respondió. Ya había tomado su decisión, y sabía que no podía dar marcha atrás.

Con el primer rayo de sol, montó su caballo y se dirigió hacia las montañas, dejando atrás un pueblo que dependía de su regreso.



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En el texto hay: misterio, intriga, viejooeste cowboys

Editado: 05.02.2025

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