sombras en el rio

Capítulo 5: Viejas Heridas

La casa de doña Matilde era una reliquia de otros tiempos.
Paredes de madera descascarada, ventanas pequeñas cubiertas por visillos amarillentos y un jardín salvaje donde el musgo y la maleza parecían tragarse los viejos senderos de piedra.

Laura entró empujando la puerta con suavidad. El olor a alcanfor, manzanilla y humedad la envolvió de inmediato. Encontró a su abuela sentada en el viejo sillón de mimbre, una manta sobre las piernas y los ojos cerrados, como si aguardara algo.

—Abuela, ¿supiste lo del río? —preguntó Laura en voz baja.

Matilde abrió los ojos lentamente. Había en su mirada una sabiduría dolorosa, como si nada pudiera ya sorprenderla.

—El río... —murmuró—. Siempre devuelve lo que nos negamos a enfrentar.

Laura frunció el ceño. Su abuela a menudo hablaba en acertijos, pero esa vez su tono era distinto, más grave.

—¿Qué quieres decir?

Matilde suspiró, y su voz tembló apenas:

—Hace muchos años, hubo otro muerto en el río. Un muchacho... uno de los nuestros. Dijeron que fue un accidente. Pero nadie en Santa Elena creyó eso.

Laura sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Quién era?

La anciana sacudió la cabeza.

—Es mejor que no sepas, niña. Aquí, saber demasiado puede ser peligroso.

Pero Laura ya había decidido. No iba a quedarse al margen. No esta vez.

Esa noche, mientras los vientos azotaban los ventanales y el río susurraba su eterna canción oscura, Laura comenzó a escribir en su libreta, hilando las pocas pistas que tenía.
Porque en Santa Elena, el pasado nunca estaba muerto. Solo dormía, esperando ser despertado.



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En el texto hay: misterio, suspence

Editado: 29.04.2025

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