Laura no sabía en quién confiar.
Los rostros que conocía desde niña —los rostros que la habían saludado en las calles, que habían vendido pan, carne y medicinas— eran ahora máscaras.
¿Qué tanto sabían? ¿Qué tanto habían callado?
Regresó a casa de su abuela buscando respuestas.
Matilde la esperaba junto al fuego, meciendo lentamente su silla.
—Tú no entiendes, niña —dijo—. Aquí no hay inocentes. No los hubo entonces. No los hay ahora.
Laura se arrodilló frente a ella.
—¿Qué hicieron, abuela? ¿Qué hicieron?
Matilde bajó la mirada, y sus palabras salieron como un eco quebrado:
—La noche que Hernán murió, quiso contar algo. Algo que iba a destruir a media Santa Elena. No lo dejamos. Lo callamos... y ahora el río nos reclama.
Antes de que Laura pudiera preguntar más, un trueno sacudió el cielo.
Y en la distancia, desde el río Toso, surgió un grito desgarrador, inhumano, que heló la sangre en sus venas.
Algo se estaba acercando.
Algo que no aceptaría más silencios.
Editado: 07.05.2025