El regreso de Matilde Mendoza desató el caos en Santa Elena. Aunque viva, no hablaba con coherencia. Repetía frases antiguas, nombres desconocidos, y describía escenas que parecían salidas de otro siglo. Los médicos decían que era demencia senil, pero Laura sabía que no.
Esa mañana, Laura grabó a escondidas uno de sus delirios. Al reproducir el audio en reversa —una técnica que aprendió durante una investigación universitaria— descubrió algo que la hizo temblar.
"El cuarto sigue vivo. No lo busquen. Él los busca a ustedes. Él los recuerda a todos."
¿El cuarto? ¿De los cinco fundadores del pacto?
Comenzó a revisar los archivos del orfanato quemado. Las fichas de ingreso estaban incompletas, pero una le llamó la atención: un niño ingresado en 1976, sin nombre, solo con las iniciales “R.M.”. Nunca adoptado. Sin registros posteriores. ¿Podía ser ese el cuarto?
Mientras tanto, en casa, Matilde comenzó a dibujar compulsivamente. Siempre lo mismo: una cruz torcida dentro de un círculo… y ojos. Ojos por todas partes.
Esa noche, Laura despertó gritando. Alguien había escrito esa misma cruz en la pared de su habitación.
Con sangre.
Editado: 07.05.2025