Laura enfrentó a su madre esa misma noche, a través de una videollamada. Camila, que vivía en la capital, negó al principio. Pero luego rompió en llanto.
—Tu padre no murió —dijo, con la voz rota—. Se volvió algo… irreconocible.
Camila le contó que ambos habían sido parte de un grupo secreto cuando eran adolescentes. Que los fundadores del pacto los reclutaron por su linaje. El río, decía la leyenda, elegía a ciertas familias para perpetuar su fuerza. A cambio, pedía vidas.
Camila quedó embarazada de Laura justo cuando intentaban romper con el grupo. Pero el “cuarto”, aquel joven sobreviviente del sacrificio, maldecía a todos los desertores. Y uno a uno, comenzaron a morir. Eduardo fingió su muerte para protegerlas.
—Él vive, Laura. Vive escondido. Pero nunca ha dejado de vigilarte. Porque sabe que algún día… tú tendrías que cerrar el ciclo.
Laura sintió que el piso se desvanecía. Su vida entera había sido una mentira. Ella no solo investigaba un crimen. Era parte del legado maldito
Editado: 07.05.2025