Esa misma noche, una nota fue deslizada por debajo de la puerta de Laura:
"No busques más. Yo también temo lo que viene. Pero si vas a enfrentarlo, hazlo con la verdad. —E.V."
Laura sabía lo que significaba. Su padre estaba cerca. Y quería hablar.
Siguiendo las pistas del mensaje, se internó sola en el viejo hotel abandonado donde alguna vez Eduardo trabajó como recepcionista. Subió hasta la habitación 307, donde la espera una figura en sombras.
—No me mires como a un monstruo —dijo él, sin encender la luz—. Yo no maté a nadie. Pero sí permití que ocurriera.
Eduardo confesó que, en su juventud, fue testigo del sacrificio del cuarto. Intentó impedirlo, pero fue demasiado tarde. El cuerpo jamás fue enterrado. El río lo reclamó. Y desde entonces, el pueblo ha vivido condenado a repetir el ciclo cada 30 años.
—Tú eres la llave, Laura. Pero la llave también puede abrir… o destruir.
Cuando Laura salió del hotel, el cielo se había oscurecido por completo. Y en la plaza, un nuevo cuerpo colgaba de un farol.
Era el cura del pueblo.
En su pecho, escrito con ceniza:
“La hija elegida no puede huir. Debe sangrar.”
Editado: 07.05.2025