Andrés desapareció esa misma noche.
Cuando Laura y Salazar fueron a buscarlo a la biblioteca, solo encontraron una silla caída y un rastro de lodo fresco. Un cuaderno estaba abierto sobre su escritorio. Era el diario personal de Andrés.
“No elegí vivir. Fui arrancado del río. Me devolvieron, pero vacío. El agua me susurra. Me llama. Me guía. Y ahora ella ha vuelto. La sangre nueva. La llave del cierre. O del renacimiento.”
Más adelante, en una página arrugada, Andrés confesaba:
“La madre me mintió. Dijo que el ritual me haría parte de algo eterno. Pero me dejó allí, bajo el agua. Y cuando volví… no era yo. Ahora oigo a todos. Incluso a los muertos.”
Laura no podía creerlo. Andrés era el niño que sus padres y los otros tres fundadores intentaron sacrificar, creyendo que era huérfano. Pero sobrevivió. De algún modo, el río lo mantuvo con vida… y lo marcó.
Salazar, que seguía luchando por creer, dijo en voz baja:
—Este pueblo está enfermo. Y tú, Laura, eres la única que puede enfrentarlo. Pero no sin pagar un precio.
Editado: 07.05.2025