La Ciudad Prohibida nunca dormía. Sus calles estaban siempre iluminadas por una mezcla de luces de neón y pantallas holográficas que parpadeaban con mensajes de advertencia y propaganda gubernamental. A pesar de la vibrante paleta de colores que envolvía los rascacielos, una sombra de opresión se cernía sobre cada rincón. Elena caminaba por las aceras desiertas, su figura envuelta en un abrigo oscuro que la hacía casi invisible en la penumbra.
El silencio nocturno estaba interrumpido solo por el suave zumbido de los drones de vigilancia que patrullaban el área. La ley era clara: las relaciones sentimentales entre adolescentes y adultos estaban estrictamente prohibidas. En la teoría, se decía que era para proteger a los jóvenes de manipulaciones y abusos. En la práctica, era una herramienta de control que mantenía a todos bajo una vigilancia constante.
Elena se adentró en un callejón oscuro, alejada de las miradas curiosas y el ruido constante de la ciudad. Su corazón latía con rapidez, no por el miedo, sino por la ansiedad de las circunstancias que la rodeaban. A pesar de la aparente normalidad de su vida diaria, había algo inquietante en el aire, algo que la empujaba a buscar más allá de las restricciones impuestas por la ley.
Al girar una esquina, se topó con un grupo de oficiales de seguridad, sus uniformes impecables y sus miradas severas. Elena hizo una rápida maniobra para evitar su campo de visión, y su respiración se volvió entrecortada. Sabía que cualquier error podría tener consecuencias graves. Ajustó su gorro y bajó la cabeza, intentando pasar desapercibida.
De repente, un sonido extraño captó su atención: un grito ahogado y el eco de un golpe sordo. Elena se detuvo en seco, su instinto la obligó a investigar. Avanzó con cautela hacia el origen del sonido y encontró una escena que la dejó paralizada.
Un joven, visiblemente desorientado, estaba acorralado contra una pared por dos oficiales. Estaba esposado y sus ojos reflejaban una mezcla de desesperación y determinación. Elena lo reconoció de inmediato: Daniel, el nuevo estudiante del instituto, conocido por su actitud desafiante y su misterio enigmático.
La escena se desarrollaba con una intensidad palpable. Los oficiales estaban discutiendo en voz baja, tratando de mantener el asunto bajo control. Elena sintió un nudo en el estómago. No podía permitir que los oficiales lo vieran, pero su curiosidad y su preocupación eran demasiado fuertes. Observó cómo Daniel mantenía la cabeza erguida, sus ojos llenos de una resolución que parecía desafiar la autoridad.
Uno de los oficiales se volvió hacia ella con una expresión severa. "¡Lárgate, joven! Este no es tu lugar."
Elena retrocedió, su corazón golpeándole en el pecho. Aun así, antes de dar la vuelta, sus miradas se encontraron por un breve momento. En esa fracción de segundo, Elena sintió una conexión inexplicable, una chispa de reconocimiento que la dejó desconcertada. El rostro de Daniel, iluminado por las luces intermitentes, parecía grabado en su memoria.
Esa noche, mientras la ciudad seguía su ritmo implacable, Elena regresó a su pequeño apartamento con una sensación de inquietud. El zumbido constante de la ciudad y el resplandor de las luces neón parecían ahora más intensos, como si ocultaran algo más oscuro. Daniel, y la forma en que su destino se había cruzado con el de ella, había cambiado algo en su percepción del mundo.
En los días siguientes, Elena no podía dejar de pensar en él. Su presencia se convirtió en una obsesión, una inquietante pregunta sin respuesta en un lugar donde las respuestas estaban cuidadosamente ocultas. La Ciudad Prohibida tenía sus secretos, y Elena estaba decidida a descubrirlos, incluso si eso significaba desafiar las leyes que regían su vida.