Sombras En La Tormenta

– Fuego cruzado

El amanecer llega con un resplandor gris sobre la costa. La tormenta se aleja, pero deja en el aire ese olor a hierro mojado que anuncia más problemas.
En el interior de la vieja Pesquera San Nereo, Valentina despierta sobre una mesa de trabajo. Elías revisa un maletín metálico, concentrado.

—¿Dormiste algo? —pregunta sin mirarla.
—Lo justo para seguir viva —responde ella, con la voz rasposa.

Él asiente, como si la respuesta le bastara. Saca del maletín un pequeño dispositivo: un transmisor con luz roja intermitente.

—Nos rastrearon —dice.
—¿Qué? ¿Aquí?
—Sí. Debemos movernos.

En segundos, Elías guarda sus cosas, rompe el transmisor y abre la puerta trasera. Afuera, el viento arrastra papeles y olor a combustible.

La ciudad portuaria de Brumaris despierta con su caos habitual: pescadores en los muelles, camiones descargando cajas, y los primeros rayos del sol tiñendo el mar de cobre. Pero en medio del bullicio, una camioneta negra sin placas espera con el motor encendido.

Elías la detecta enseguida.
—Baja la cabeza —le ordena a Valentina.
Ella obedece, y juntos caminan rápido entre la multitud.

Los hombres del vehículo los ven. Las puertas se abren. Comienza la cacería.

Elías empuja a Valentina hacia un callejón.
—¡Corre!
Los disparos estallan detrás de ellos, destrozando cajas de madera y vidrios. Gritos. Caos.

Valentina tropieza, pero Elías la levanta de un tirón. Suben por una escalera metálica que lleva a los techos. Desde arriba, la ciudad se extiende como un laberinto de humo y antenas.

—¿Qué quieren de mí? —grita ella mientras corren.
—No lo sé aún, pero quieren lo mismo que tú: la verdad. Solo que ellos la prefieren enterrada.

Un disparo pasa rozando su brazo.
Elías se da vuelta, dispara dos veces. Uno de los perseguidores cae.
—¡Salta! —le grita.

Frente a ellos, otro edificio, apenas separado por un vacío de tres metros. Valentina duda.
—¡Vamos, Valentina! —ruge él.
Ella respira hondo y salta. Cae rodando al otro lado. Elías la sigue.

Corren por los techos hasta que encuentran una puerta abierta hacia un taller mecánico. Entran, cierran y se esconden entre motores viejos.

Elías respira con fuerza. Saca un pequeño mapa de su chaqueta.
—Hay un contacto que puede ayudarnos. Vive fuera de la ciudad.
—¿Alguien más de tu… grupo secreto? —ironiza ella.
Él sonríe apenas.
—Digamos que alguien que sabe cosas que no debería.

Valentina lo observa. Por primera vez, no lo ve solo como un desconocido peligroso. Hay algo en su forma de protegerla que desarma sus defensas, aunque se niegue a admitirlo.

—¿Por qué me salvaste? —pregunta.
Elías se queda en silencio unos segundos.
—Porque alguien me pidió que lo hiciera —responde finalmente.
—¿Quién?
—Eso… aún no puedo decírtelo.

Ella lo mira con furia contenida, pero antes de replicar, escuchan el rugido de motores afuera. Otra patrulla negra gira por la calle.

Elías abre una trampilla trasera.
—Hora de moverse otra vez.

Valentina suspira.
—Empiezo a pensar que contigo nunca hay descanso.
—No lo hay —dice él, esbozando una sonrisa fugaz—.
No cuando el fuego aún no ha terminado.

Desde un edificio cercano, una figura femenina los observa con un visor térmico.
Mara Lenz murmura:
—Sigan corriendo. Los quiero cansados cuando los atrape.



#4803 en Novela romántica
#519 en Thriller
#184 en Suspenso

En el texto hay: accion amor y peligro, suspence

Editado: 27.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.