Sombras En La Tormenta

– Islas negras

El mar ruge como una bestia viva.
Una lancha solitaria corta las olas mientras la lluvia vuelve a caer sobre Costa Bruma. Valentina se aferra al timón con los nudillos blancos. No sabe si huye o persigue algo; tal vez ambas cosas.

Elías está muerto.
O al menos eso se repite desde que el túnel colapsó. Pero el pendrive que él le dio quema en el bolsillo interior de su chaqueta, como una promesa o una maldición.

En el horizonte, se asoman las siluetas oscuras de las Islas Negras, un archipiélago prohibido, abandonado desde los tiempos de la guerra civil. Los pescadores locales dicen que allí “el mar traga la luz”.
Es justo donde las coordenadas del archivo apuntan.

Atraca la lancha en una playa desierta. El aire huele a óxido y azufre.
Camina entre ruinas de concreto y torres derrumbadas. Las olas rompen con un ritmo casi metálico.
El lugar parece muerto… hasta que un zumbido resuena bajo sus pies.

Valentina se detiene.
Hay una vibración sorda que proviene del subsuelo. Saca la linterna y encuentra una trampilla semienterrada. Al abrirla, una corriente de aire frío la golpea.

Baja.

Las escaleras descienden a un corredor iluminado por luces azules. El corazón le late con fuerza. Todo es tecnología nueva: puertas selladas, paneles táctiles, símbolos de Eclipse en las paredes.

Cuando pasa frente a una sala con cristales, se detiene.
En su interior, hay cápsulas criogénicas. Dentro, cuerpos suspendidos en líquido transparente. Hombres y mujeres. Científicos, tal vez… o prisioneros.
Y entre ellos, un rostro conocido.
—No… —susurra, con un nudo en la garganta.

Tomás.
Su hermano. Conectado a tubos y sensores, dormido, o quizás inconsciente.

De pronto, una voz la hace girar.
Sabía que vendrías.

Mara Lenz está allí, impecable, envuelta en un traje negro que refleja la luz azulada. Sus ojos grises brillan con satisfacción.
—Tu hermano hizo un trato con nosotros. Pero no estaba preparado para el costo. Tú, en cambio, podrías estarlo.

Valentina levanta el arma.
—Libéralo.
—¿Para qué? —Mara sonríe—. Eclipse no es una organización criminal, Valentina. Somos el siguiente paso. Controlamos la información, el poder, la vida misma. Tu hermano nos ayudó a desarrollar una red capaz de anticipar los movimientos humanos antes de que ocurran.
—Una máquina para manipular a la gente.
—No. Para protegerlos de sí mismos.

El sarcasmo se le escapa.
—¿Y a cuántos mataste por “protegernos”?

Mara suspira, acercándose con calma.
—A los necesarios. Incluido Duarte.

La rabia le sube al pecho. Valentina aprieta el gatillo, pero un disparo la alcanza primero.
Cae de rodillas. El hombro arde.
Detrás de ella, un guardia armado.
Mara se inclina, toma el pendrive del bolsillo de Valentina.
—Gracias por traerme lo que necesitaba.

Todo se desvanece en un remolino de luces y ruido.

Despierta atada a una camilla.
Su brazo vendado. Su vista borrosa. Frente a ella, monitores muestran líneas de código moviéndose sin parar.
La voz de Mara suena como un eco distante.
—No te preocupes. No planeo mata
rte. Todavía. Quiero que veas lo que creamos juntos.

En una pantalla gigante aparece una proyección tridimensional: El Proyecto Eclipse.
Redes de datos, ADN, inteligencia predictiva.
Y en el centro, la firma digital de Tomás Ríos.

—Tu hermano creyó que podía usar nuestro sistema para curar enfermedades. Lo que no comprendió es que ya no hay diferencia entre curar y controlar.

Valentina siente el vértigo del horror.
—Eres un monstruo.
—Soy el futuro —responde Mara—.
Y tú, mi testigo.

Un estruendo sacude la base.
Las luces titilan. Una alarma roja comienza a sonar.
Guardias corren por los pasillos. Mara se vuelve hacia un monitor.
—¿Qué está pasando?
Una voz por radio responde:
—Intruso en el perímetro norte. No… ¡no puede ser! ¡Es Duarte!

El corazón de Valentina se acelera.
Elías. Vivo.

Mara aprieta los dientes.
—Imposible.
Pero el sonido de explosiones en el exterior la contradice.

Valentina sonríe, débil.
—Te dije que no lo habías matado.

Mara se da la vuelta, furiosa.
—Esta vez me aseguraré.

Las luces se apagan.
Solo queda el rojo parpadeante de la alarma.
Y en ese instante, Valentina entiende que la tormenta apenas comienza.



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En el texto hay: accion amor y peligro, suspence

Editado: 27.10.2025

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