Sombras En La Tormenta

– El enfrentamiento final

El amanecer se abre sobre un mar quieto y gris.
Una franja de humo se alza en el horizonte donde antes estaban las Islas Negras.
Valentina, agotada, mira el fuego lejano desde la cubierta del barco pesquero que los rescata. Elías descansa a su lado, con un vendaje improvisado. Tomás duerme, febril.

—Creímos que se acabó —dice Valentina, apenas un susurro.
Elías abre los ojos, la observa con una sonrisa débil.
—Las cosas nunca se acaban.
Solo cambian de rostro.

Horas después, el barco atraca en Puerto Grial.
El puerto está casi desierto; el gobierno ha cerrado la zona por “operaciones militares no autorizadas”.
Un agente del servicio de seguridad los intercepta apenas pisan tierra.

—Señora Ríos, señor Duarte —dice el hombre, mostrando una placa sin logo—. Venimos a trasladarlos a un lugar seguro.
Elías intercambia una mirada con Valentina.
—¿Seguro? —pregunta él.
El agente asiente.
—El general Herrera los espera. Quiere agradecerles en persona.

El nombre les congela la sangre. Herrera… el oficial que años atrás había desaparecido con información clasificada sobre Eclipse.
Elías aprieta la mandíbula.
—Herrera está muerto.
El agente sonríe apenas.
—Eso depende de a quién le preguntes.

El “lugar seguro” resulta ser una instalación subterránea bajo el propio puerto.
Puertas metálicas, pasillos vacíos, el zumbido constante de generadores.
Elías cojea, apoyado en Valentina.
Los conducen hasta una sala circular. En el centro, un holograma se enciende.
La imagen del general Herrera aparece, envejecido, con las insignias de Eclipse brillando en el pecho.

—Sabía que sobrevivirías, Duarte —dice con una voz grave y calmada—. Siempre fuiste demasiado obstinado para morir.

Elías da un paso al frente.
—¿Tú eras Eclipse?
—Eclipse soy yo —corrige el general—. Mara Lenz fue solo la máscara. El proyecto debía continuar, y lo hizo.

Valentina levanta el arma, pero varios cañones automáticos emergen del techo apuntando hacia ellos.
—No tan rápido —dice Herrera—. Si me matan, sus nombres desaparecerán con el próximo barrido de datos. Nadie recordará que existieron.

Elías suelta una carcajada ronca.
—Crees que puedes controlar la historia.
—No creo, Duarte —responde el general—. Ya lo hago.

En ese momento, un pitido agudo corta el aire.
Tomás, aún débil, ha conectado el pendrive de Elías en el panel central.
—Lo siento, Vale —dice—. Pero esta vez, dejaré que la verdad hable sola.

El holograma titila. Los sistemas empiezan a saturarse.
Herrera mira con furia la pantalla.
—¡¿Qué hiciste, idiota?!
—Liberé los archivos. Ahora todo el mundo sabrá lo que es Eclipse.

Elías se lanza sobre Valentina y la cubre.
Un estallido sacude la sala.
Las luces revientan.

Cuando el polvo se disipa, el general yace entre los restos del proyector.
El sistema se apaga, y en los monitores apagados parpadea una última línea de texto:

“Datos transmitidos. Destino: red global.”

Elías, jadeando, se apoya en Valentina.
—Se acabó —dice.
—No —responde ella, con los ojos brillando—.
Acaba de empezar.

Días después, las noticias recorren Costa Bruma.
Los documentos de Eclipse se filtran en todos los canales.
El gobierno niega todo, pero las pruebas son irrefutables.
Miles salen a las calles.
Las sombras se convierten en gritos.

En una casa modesta frente al mar, Valentina mira el atardecer.
Elías entra en silencio, una taza de café en la mano.
—¿Listos para desaparecer un tiempo? —pregunta.
Ella sonríe.
—Por ahora, sí.

Sus dedos se entrelazan.
En el horizonte, las nubes se apartan.
El mar vuelve a ser solo mar.

Pero en algún servidor perdido en la red, un archivo sin origen empieza a copiarse otra vez.
La misma imagen: un eclipse, negro sobre fondo blanco.

La historia respira.
A veces, las sombras nunca mueren.



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En el texto hay: accion amor y peligro, suspence

Editado: 27.10.2025

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