Sombras en las Highlands

Capítulo 2

El sol comenzaba a descender en el horizonte cuando Amelia fue arrastrada dentro de las murallas de la fortaleza. El aire era denso, impregnado de tierra y humo de las chimeneas. El fuerte aroma a cuero y metal de las armaduras de los guerreros que la rodeaban no hacía más que intensificar la sensación de estar completamente fuera de lugar.

El silencio solo se interrumpía por el sonido de sus propias pisadas y el eco metálico del armamento de los hombres que la escoltaban.

Amelia intentó serenarse mientras se repetía que todo esto debía ser algún tipo de alucinación, un sueño extraño inducido por el agotamiento o, tal vez, por algún accidente durante la tormenta. No obstante, cada paso que daba, cada mirada fría que recibía, hacía que la desesperación se incrustara lentamente en su mente.

—Esta no es mi época. No pertenezco aquí —murmuró mientras miraba las robustas piedras del castillo, las estatuas envejecidas y las banderas ondeando con el símbolo de un clan antiguo—. Estoy atrapada.

El hombre que la había detenido, el líder Caelan MacLeod, según había escuchado murmurar a los otros guerreros, caminaba con paso decidido frente a ella. Su figura era imponente, y su espalda ancha, envuelta en un tartán, denotaba fuerza y liderazgo. Amelia no pudo evitar mirarlo de reojo. Algo en él la intrigaba, más allá del miedo que sentía.

Cuando llegaron al interior del castillo, un gran salón de piedra los recibió. La sala estaba iluminada por antorchas y una gran hoguera central, donde el fuego rugía con fuerza, arrojando sombras largas y oscuras por todo el lugar. Las miradas de los pocos que estaban allí se dirigieron de inmediato a Amelia, pero nadie dijo una palabra.

Caelan se detuvo frente a una enorme mesa de madera tallada, se giró lentamente hacia la chica con los brazos cruzados a la altura del pecho y los ojos brillando con una mezcla de sospecha y curiosidad.

—Habla, mujer. ¿Qué hacías en nuestro círculo sagrado? —Su voz era profunda y estaba cargada de autoridad, pero había un matiz de genuino interés detrás de su tono demandante. La mirada del hombre la escrutaba como si quisiera ver más allá de sus palabras, como si intentara descubrir un secreto que ni siquiera ella conocía.

Amelia tragó saliva con dificultad. Estaba aterrorizada, mas sabía que debía decir la verdad. Mentir no serviría de nada en ese lugar.

—Yo… No sé cómo llegué aquí. Estaba investigando unas piedras antiguas, unas ruinas. Hubo una tormenta y luego… Me vi aquí, en medio de tu círculo de piedras —explicó intentando mantener la calma.

Caelan frunció el ceño, claramente insatisfecho con la respuesta. Sus ojos destellaron un momento antes de que hiciera un gesto brusco hacia uno de sus hombres:

—Eoghan, tráeme a la anciana Moira.

La joven observó a Caela, tratando de leer su expresión. ¿La consideraba una bruja? ¿O simplemente creía que estaba loca? Moira. Quien fuera que fuese, debía ser importante si la estaban llamando para juzgar su caso.

Unos minutos después, una mujer mayor, de aspecto frágil, pero con una mirada astuta, entró en la sala. Su cabello gris estaba recogido en una trenza larga y vestía una túnica que, aunque modesta, tenía un aire de sabiduría ancestral.

Moira se acercó a la muchacha para examinarla sin tocarla, con sus ojos grises casi traslúcidos observando cada detalle. Después de un largo silencio, finalmente habló con una voz que era sorprendentemente firme para su edad.

—Esta no es una bruja, sin embargo, hay magia en ella. Está… desplazada.

Las palabras de la anciana hicieron que todos en la sala se removieran incómodos. Amelia, no obstante, se sintió aliviada de que al menos alguien no la acusaba de ser una hechicera maligna. Aunque el término “desplazada” la inquietaba con profundidad.

—¿Desplazada? ¿Qué significa eso, Moira? —preguntó Caelan con la mirada fija de nuevo en la chica.

La anciana caminó con lentitud alrededor de la joven, con una expresión pensativa y explicó:

—Viene de otro tiempo, señor. El círculo de piedras es un portal, una puerta entre los mundos. Y esta mujer, de alguna manera, lo ha atravesado. Es posible que el destino la haya traído aquí.

El silencio cayó como una losa sobre la sala. Amelia sintió que el estómago se le hundía al escuchar esas palabras. Esto no era solo un mal sueño o una pesadilla. Era real.

—¿Otro tiempo? —repitió el hombre con incredulidad. Sus ojos, llenos de escepticismo, mostraban un leve brillo de fascinación en el fondo. Era obvio que, aunque no quería admitirlo, había algo en la historia de Moira que resonaba en él.

La chica sintió que debía decir algo:

—No soy ninguna amenaza. Solo quiero encontrar la manera de regresar a mi tiempo. Si ese círculo me trajo aquí, tal vez también me pueda llevar de vuelta.

Caelan se acercó a ella y el aire pareció volverse más denso a medida que la distancia entre ambos se acortaba. Su imponente figura la eclipsaba, pero había algo en su proximidad que despertaba un extraño calor en el estómago de la fémina. Su instinto le decía que debía temerle, mas no podía ignorar la atracción inexplicable que surgía en su interior.

—No entiendo cómo sucedió esto. Hasta que lo descubra, no puedes irte. Eres mi prisionera, al menos hasta que sepamos más —declaró Caelan con una voz firme y definitiva. Su mirada la mantenía cautiva y en el fondo de sus palabras frías había una intensidad en su voz que la hizo temblar.




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