Sombras en las Highlands

Capítulo 3

Amelia despertó con el amanecer, aunque su sueño había sido inquieto y fragmentado. A pesar de la comodidad sorprendente de la cama en la pequeña torre, su mente no dejaba de girar en torno a los eventos del día anterior. La imagen de Caelan MacLeod, sus ojos oscuros llenos de poder y misterio, la había perseguido durante la noche para entrelazarse con fragmentos de sueños que apenas podía recordar.

Se levantó y caminó hacia la ventana. Las primeras luces del día bañaban el paisaje con un resplandor dorado haciendo que las colinas escocesas parecieran aún más imponentes.

Desde su posición podía ver el círculo de piedras en la distancia, el mismo que la había traído a esa época. Sentía una mezcla de atracción y repulsión hacia aquel lugar. Era la clave para regresar a su tiempo, pero también era el origen de su encarcelamiento en este mundo extraño.

Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Cuando abrió, la anciana, que la había identificado como una “desplazada”, entró con una bandeja de comida. A pesar de su apariencia frágil, había una energía tranquila y firme en la mujer, algo que hacía que Amelia se sintiera en cierto modo segura en su presencia.

—Come, niña. Necesitas fuerzas para lo que está por venir —dijo Moira mientras colocaba la bandeja en la mesa de madera. La chica notó que su tono no era tan severo como el de los guerreros, sino más maternal, aunque con una advertencia implícita.

—Gracias —murmuró la muchacha al sentarse frente a la comida. Tenía hambre, pero su estómago estaba revuelto por la ansiedad. Tomó un trozo de pan y lo mordió, sin apartar los ojos de la anciana. Después de unos segundos de silencio, no pudo contenerse más—. ¿Qué quiso decir con que estaba “desplazada”? ¿Cómo es posible que esté aquí, en otra época? ¿Y por qué me tratan como si fuera una amenaza?

Moira suspiró, como si esas preguntas le hubieran sido planteadas incontables veces antes. Se sentó en un silla frente a la joven y la miró a los ojos con su rostro marcado por las arrugas de los años:

—Lo que te ha ocurrido es raro, pero no imposible. Las piedras que encontraste son antiguas, muy antiguas. Son portales entre el tiempo y el espacio, aunque solo se activan bajo circunstancias especiales. Nadie sabe exactamente cómo funcionan, solo que algunas personas están destinadas a cruzar a través de ellas. Quizás tú eres una de esas personas.

—¿Destinada? —Amelia frunció el ceño—. No creo en el destino, Moira. Yo solo estaba haciendo mi trabajo: investigando ruinas. No hay ninguna razón por la que deba estar aquí.

La anciana la miró con una sonrisa triste y le dijo:

—El destino no requiere tu creencia para cumplirse, niña. Si estás aquí, hay una razón para ello, aunque aún no la hayas descubierto.

La chica sintió que un escalofrío la recorría de la cabeza a los pies. Algo en la forma en que la mujer hablaba, como si supiera más de lo que estaba revelando, la inquietaba.

—¿Y Caelan? ¿Qué tiene que ver él con esto? Él… parece tener más interés en mí que solo por ser una extraña —quiso saber la muchacha con curiosidad.

Moira levantó una ceja y se inclinó ligeramente hacia adelante para susurrar:

—Caelan MacLeod es un hombre complejo, marcado por su historia y por la de su clan. Hay cosas que ni siquiera él entiende, pero hay una conexión entre él y las piedras. La línea de los MacLeod ha estado entrelazada con ese portal durante generaciones. Algunos dicen que tienen sangre de los antiguos, de los que construyeron esos círculos.

El corazón de la joven latía con fuerza. «¿Sangre de los antiguos? ¿Qué significa eso?», pensó con el corazón aún dando martillazos en su pecho.

—¿Seres sobrenaturales? —preguntó en voz baja, temerosa de escuchar la respuesta.

—Hay magia en estas tierras, siempre la ha habido. Pero no es la clase de magia que ves en los cuentos de hadas. Es más antigua, más oscura, y Caelan, aunque no lo sepa, está vinculado a ella. Tú también lo estás al haber cruzado.

Amelia sintió una mezcla de miedo y fascinación. Todo lo que había aprendido como arqueóloga sobre las leyendas y mitos escoceses cobraba ahora una nueva perspectiva, una que nunca habría creído posible. El pensamiento de que Caelan, ese hombre fuerte y misterioso, pudiera estar vinculado a una magia ancestral, la inquietaba tanto como la atraía.

—¿Qué debo hacer? —inquirió al fin, consciente de que estaba completamente a merced de esa situación.

La anciana se levantó con lentitud, como si cada movimiento le costara y contestó:

—Por ahora, espera. Caelan no confía en ti, pero tampoco te hará daño. Mientras haya dudas sobre quién eres y qué papel juegas en todo esto, estarás “a salvo”. Aprende sobre este lugar, sobre su gente y, cuando llegue el momento, sabrás qué hacer.

Con esas palabras crípticas, la mujer salió de la habitación dejando a la chica con más preguntas que respuestas. Miró la bandeja y se alejó. Ya no tenía hambre. Necesitaba pensar, necesitaba entender lo que estaba pasando.

***

Esa misma tarde, Amelia fue llevada al patio del castillo. Bajo el resplandor del sol, los hombres del clan practicaban con sus espadas. El sonido del acero chocando resonaba en el aire, creando una melodía extraña y, sin embargo, hipnótica que hacía que la joven se sintiera aún más alejada de su propio mundo.




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