Sombras en las Highlands

Capítulo 4

Los días siguientes en el castillo transcurrieron con una rutina a la que Amelia intentaba adaptarse y comprender. A pesar de la aparente amabilidad de Moira, Caelan y su gente, mantenían una distancia cautelosa y su estatus de prisionera, aunque no físicamente restringida, se mantenía.

La fortaleza estaba llena de actividad, desde entrenamientos de los guerreros hasta reuniones de clan y preparativos para lo que parecía una guerra o una serie de alianzas. Cada rincón del castillo tenía su propio ritmo y propósito, y Amelia se movía por él con una mezcla de observación y desasosiego.

Durante el día, era libre de explorar las áreas del castillo que le permitían, siempre bajo la supervisión de un guardia. Esto le daba la oportunidad de aprender más sobre la vida de los MacLeod, una cultura y una época que le resultaban tanto fascinantes como desconcertantes.

La fortaleza era un lugar impresionante, con sus muros de piedra gruesa, sus torres altas y sus pasillos oscuros que parecían susurrar secretos antiguos. Cada habitación y cada pasillo parecía tener una historia propia y Amelia se encontraba inmersa en la tarea de entender el entorno que la rodeaba.

Una tarde, mientras paseaba por los jardínes del castillo, la chica encontró un pequeño rincón apartado, una especie de invernadero donde Moira estaba trabajando con plantas medicinales. La anciana estaba rodeada de frascos, hierbas secas y una pequeña mesa de trabajo. Las vistas del lugar, rodeada de verdes frescos y flores de colores vibrantes, le proporcionó un respiro del opresivo ambiente del castillo.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Amelia intentando ser útil y, al mismo tiempo, acercarse a Moira de una manera más amistosa.

La mujer levantó la vista de sus tareas y la observó con una mirada pensativa.

—¿Tienes conocimientos de hierbas o medicina? —la interrogó con el ceño fruncido.

—Un poco. He trabajado en excavaciones en sitios antiguos donde las plantas y sus usos eran comunes. No soy una experta, pero puedo aprender rápido.

—Entonces, si quieres, puedes ayudarme a preparar algunos ungüentos y tónicos. Serán necesarios para el clan, especialmente en tiempos de conflictos —contestó Moira con una sonrisa aprobadora.

Amelia se acercó y comenzó a trabajar junto a la anciana. Mientras lo hacía, la conversación fluyó de manera natural. Hablar con la mujer le daba un sentido de normalidad en medio del caos de su situación. Moira compartía historias sobre las plantas y sus propiedades, así como sobre la historia del clan MacLeod, lo que proporcionó a la joven un contexto valioso.

—Caelan no siempre ha sido así —comentó la anciana mientras trituraba unas hojas secas—. Era un muchacho lleno de vida, antes de que la guerra y las responsabilidades de liderazgo lo transformaran. Pero lo que pocos saben es que su conexión con las piedras va más allá de la leyenda. Es como si el destino estuviera entrelazado con la historia de su familia.

—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber la chica con intriga.

La anciana se detuvo un momento y miró a la joven con seriedad.

—Las piedras han sido parte del clan durante generaciones. Algunas dicen que la sangre de los MacLeod lleva la marca de lo antiguo, que tienen un vínculo especial con los portales y la magia que reside en ellos. Caelan es la clave para entender esto, pero también es el más escéptico. Le cuesta aceptar lo que no puede ver o comprender —le explicó la mujer con un tono de tristeza.

Amelia frunció el ceño, tratando de asimilar la información.

—¿Qué hay de mí? ¿Por qué estoy aquí?

—No lo sé aún —suspiró la anciana—. Los portales no solo trasladan a las personas en el tiempo, a veces también traen consigo mensajes o advertencias. Tal vez tu llegada tenga un propósito más grande, uno que aún no podemos ver con claridad.

Las palabras de la mujer se quedaron en la mente de Amelia mientras continuaba ayudando en el invernadero. La idea de que su presencia pudiera tener un propósito más grande que simplemente ser una prisionera la hacía sentirse más conectada con ese lugar, aunque no menos temerosa.

***

Esa noche, mientras la fortaleza se preparaba para la cena, la joven se encontró sola en una de las salas de la torre, el cuarto que le habían asignado. A través de la ventana, el cielo estrellado era visible y la calma de la noche le ofreció un breve respiro del constante torbellino en su mente. Estaba sentada en una silla junto a la ventana cuando un suave golpe en la puerta la sacó de su contemplación.

—Entra —dijo Amelia de inmediato. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Caelan MacLeod de pie en el umbral—. ¿Caelan? ¿Qué haces aquí?

Él no respondió. Sus ojos se movieron por la habitación, evaluando el espacio antes de volver a fijarse en ella y decir:

—He venido a hablar contigo.

—¿Sobre qué? —la chica se levantó de la silla con una mezcla de ansiedad y curiosidad.

—Sobre el círculo de piedras y sobre ti —el chico cruzó la sala y se acercó a la ventana para mirar hacia el exterior.

—¿Qué más hay que decir? Moira ya me ha explicado todo lo que sabe —respondió la muchacha con el ceño fruncido.




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