El viento soplaba suavemente a través de las verdes colinas de las Highlands, llevando consigo el dulce aroma de la breza y el eco de los antiguos cantos celtas. Aquel día, el cielo estaba despejado, iluminado por un sol suave que parecía bendecir cada rincón del paisaje.
El círculo de piedras, ancestral y cargado de poder, estaba decorado con flores silvestres y cintas de colores, creando un aura de celebración que contrastaba con el misterio que normalmente lo rodeaba.
Amelia, vestida con un delicado vestido blanco que ondeaba con la brisa, se encontraba en el centro del círculo, rodeada por las personas más cercanas a su corazón. Su mirada se fijó en Caelan, quien avanzaba hacia ella con una sonrisa de absoluta devoción. En ese momento, todo lo que habían vivido parecía haber sido solo el preludio de este instante: el final de su lucha y el comienzo de una nueva vida juntos.
Los ojos del chico brillaban con una intensidad que solo ella podía comprender. Su conexión iba más allá de lo físico, más allá del tiempo y del espacio. Se habían enfrentado a lo imposible y, ahora, estaban a punto de unirse para siempre.
El sacerdote celta comenzó a recitar las palabras del antiguo rito matrimonial. El ambiente era perfecto; los sonidos de la naturaleza envolvían a la pareja en un abrazo invisible, y el círculo de piedras, a pesar de su historia misteriosa y oscura, parecía bendecirlos con su silencio.
Amelia tomó la mano de Caelan. Su piel fría contrastaba con la calidez del momento. Sus ojos se encontraron y, por un breve instante, fue como si el tiempo se detuviera. Todo parecía estar en perfecta armonía, hasta que un leve temblor recorrió el suelo bajo sus pies.
La chica frunció el ceño con la mirada desviada hacia las piedras que los rodeaban. El chico notó su inquietud y apretó suavemente su mano para intentar transmitirle calma, pero el temblor aumentó. Lo que comenzó como una ligera vibración se transformó rápidamente en un temblor profundo y ominoso. Las piedras del círculo comenzaron a emitir un tenue resplandor, un brillo que Amelia reconoció de inmediato: era el mismo que había visto la primera vez que cruzó el umbral entre el presente y el pasado.
—Caelan, algo no está bien… —susurró la muchacha con la voz temblorosa mientras retrocedía un paso.
Antes de que él pudiera responder, una fuerte ráfaga de viento barrió el círculo, apagando las velas y lanzando las cintas de colores al aire como si fueran hojas en medio de una tormenta. La tierra comenzó a crujir bajo sus pies y de las grietas que se formaban en el suelo emergió una espesa neblina negra para enroscarse como serpientes a su alrededor.
Los invitados se apartaron, murmurando con pánico, mientras el círculo de piedras se volvía más oscuro y amenazante. De entre la neblina, una figura empezó a materializarse: alta, etérea y con ojos brillantes como brasas. Su presencia era como una sombra tangible, una entidad maligna que parecía haberse desatado desde las profundidades del tiempo mismo.
Amelia sintió un frío que se clavaba en sus huesos. Aquella cosa no era humana. No pertenecía ni al presente, ni al pasado, sino a un reino mucho más oscuro y primitivo.
—¿Quién…? ¿Qué eres? —preguntó la chica con la voz rota por el terror y la incredulidad.
La figura emitió un sonido gutural, un eco de antiguas palabras en una lengua que ninguno de ellos reconoció, pero cuyo poder era innegable. Era como si las piedras mismas hubieran despertado algo que había estado dormido por siglos, algo que no debían haber perturbado.
—El tiempo… no les pertenece —murmuró la figura con una voz que resonaba como el choque de metales oxidados—. Han roto el equilibrio… y ahora… el precio debe ser pagado.
Caelan desenvainó su espada, mas la entidad ni siquiera se inmutó. Con un solo gesto, lanzó una ráfaga de energía oscura que lo hizo retroceder varios metros, dejando a la muchacha expuesta y vulnerable frente a la sombra.
—¡No! —gritó Amelia mientras corría hacia su futuro esposo, sin embargo, fue detenida por la fuerza invisible que emanaba de la figura—. ¿Qué es lo que quieres?
La sombra avanzó lentamente hacia el centro del círculo, ignorando por completo la confusión y el pánico a su alrededor. Su mirada se fijó en las piedras y luego en la joven.
—El equilibrio del tiempo ha sido alterado —dijo con la voz como un trueno lejano—. Este no es su destino. No es su momento.
Con un movimiento de su mano, la sombra abrió un portal oscuro justo en el centro del círculo de piedras. El vórtice giraba lentamente, emitiendo un zumbido bajo y constante que resonaba en los oídos de todos los presentes.
—El legado de los Eternos debe continuar… —susurró la figura justo antes de desaparecer dentro del portal, llevando consigo un último rastro de luz y dejando el círculo sumido en una penumbra inquietante.
Amelia, atónita, miró a Caelan que se incorporó aún aturdido por el golpe. Ambos sabían que lo que acababa de suceder no era el final, sino el principio de algo mucho más grande, mucho más peligroso. El portal, ahora abierto, brillaba tenuemente en el suelo, pulsando como si esperara que alguien lo cruzara.
—Esto no ha terminado —dijo Caelan con la mandíbula apretada—. Y algo me dice que nuestra batalla apenas ha comenzado.
La chica asintió con el corazón latiendo con fuerza. Lo que habían enfrentado hasta ahora era solo una fracción del caos que estaba por desatarse. Y en el centro de todo, el Cetro del Tiempo, un poder más antiguo de lo que jamás podrían haber imaginado, los llamaba hacia un destino que aún no podían comprender.