La criatura descendió lentamente desde las vigas, su forma ondulante apenas definida, como humo vivo que se retorcía y se condensaba a voluntad. Sus ojos eran dos brasas incandescentes, fijas en Emily y Tyler, que de inmediato adoptaron posiciones defensivas.
Emily apretó la daga en su mano, sintiendo cómo el amuleto vibraba con más intensidad que nunca. Tyler, a su lado, extendió las manos, concentrando la energía oscura que aún residía en el lugar.
—No es el mismo de antes —susurró Tyler—. Esto… es más antiguo.
La sombra habló con una voz múltiple, grave y susurrante al mismo tiempo, como si docenas de gargantas pronunciaran las palabras a la vez:
—No buscáis la verdad… sois parte de ella.
Emily sintió un escalofrío recorrerle la columna. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, su voz firme aunque la tensión se reflejaba en sus ojos.
La sombra se inclinó hacia ellos, moviéndose como una ola oscura, y los símbolos en el suelo comenzaron a arder con un brillo rojizo. El aire se volvió irrespirable, cargado de un olor metálico, como sangre caliente.
Tyler retrocedió un paso, empujando a Emily suavemente detrás de él. —Está intentando provocarnos. Es un mensajero.
La criatura lanzó un chillido agudo, y de sus brazos etéreos surgieron cadenas negras que se lanzaron hacia ambos. Emily giró con agilidad sobrenatural, cortando una de ellas con su daga, mientras Tyler absorbía la energía de otra con un gruñido de esfuerzo.
El impacto fue brutal. La sala tembló, el altar se agrietó y parte del techo comenzó a derrumbarse.
—¡Tyler! —exclamó Emily, cubriéndolo cuando una viga cayó cerca.
Él la miró, jadeando. —Estoy bien. Pero esto no es una pelea que podamos ganar a la fuerza. Necesitamos romper el vínculo que lo mantiene aquí.
Emily lo entendió enseguida. Los símbolos del suelo. El ritual.
—Distráelo —ordenó ella, corriendo hacia el altar.
Tyler sonrió débilmente. —Siempre me dejas lo difícil.
La sombra lanzó un rugido ensordecedor, extendiendo cadenas cada vez más numerosas hacia Tyler, que las esquivaba con saltos ágiles y destellos de energía que las desviaban. Emily, mientras tanto, se arrodilló frente a los símbolos y apoyó el amuleto sobre ellos. Sintió un golpe de energía recorrerla, una descarga que casi la hace perder el equilibrio, pero se obligó a concentrarse.
El amuleto reaccionaba, los símbolos se encendían, y en su mente aparecían visiones fugaces: rostros desconocidos, sangre corriendo por calles oscuras, y una figura encapuchada que observaba desde las sombras.
—¡Casi lo tengo! —gritó Emily, apretando los dientes.
La sombra pareció darse cuenta de lo que intentaba. Con un aullido desgarrador, arremetió contra ella con toda su fuerza, atravesando las defensas de Tyler. El demonio apenas logró interponerse, empujando a Emily a un lado mientras recibía el impacto de lleno.
Tyler cayó de rodillas, el humo oscuro envolviéndolo, marcando su piel con símbolos ardientes que parecían quemarlo desde dentro.
—¡No! —Emily corrió hacia él, sujetándolo desesperadamente—. ¡Resiste!
La sombra habló de nuevo, con una voz que heló la sangre de ambos:
—El lazo que comparten es mi llave. El principio… y el fin.
Y con un último rugido, el humo se disolvió, dejando a Tyler temblando, con el pecho marcado por símbolos incandescentes que aún ardían bajo su piel.
Emily lo sostuvo, con los ojos desorbitados. —Tyler… ¿qué te hizo?
Él levantó la mirada hacia ella, respirando con dificultad, y susurró:
—No era solo un mensajero, Emily. Era… un fragmento de algo mucho más grande. Y ahora… nos ha marcado a los dos.
Emily se giró hacia el altar, donde los símbolos seguían ardiendo, pero en el centro de ellos había aparecido algo nuevo: un emblema en forma de círculo con llamas y colmillos entrelazados.
Un presagio. Una advertencia.
Un mensaje claro: estaban atrapados en un juego mucho más grande de lo que imaginaban.
Emily apretó el amuleto contra su pecho, con el corazón latiendo desbocado. Y en ese silencio cargado de tensión, lo supo: lo que acababa de comenzar no era una simple investigación. Era el inicio de una guerra.
Emily sujetaba con fuerza los hombros de Tyler, sintiendo cómo el calor anormal de los símbolos marcados en su piel le quemaba las manos. Nunca lo había visto así: vulnerable, respirando con dificultad, como si una fuerza invisible lo estuviera consumiendo desde dentro.
—No voy a dejar que te lleve —murmuró ella, con voz baja pero firme.
El amuleto, todavía encendido, palpitaba al mismo ritmo que el corazón de Tyler. Emily lo notó de inmediato, como si estuvieran conectados, como si aquella sombra hubiera sellado algo entre ellos que no podían deshacer.
Tyler alzó una mano temblorosa y la apoyó en el rostro de ella, obligándola a mirarlo.
—No fue un ataque al azar… —susurró con la voz ronca—. Quería que tú lo vieras. Que supieras que estamos siendo observados.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas y definitivas.
Un crujido los hizo girar la cabeza hacia el altar. La piedra comenzó a resquebrajarse, y del centro surgió un susurro apenas audible. No era una voz, eran muchas, todas murmurando al mismo tiempo en un idioma que Emily no reconocía. Sin embargo, pudo sentir el significado atravesándola: advertencias, nombres, juramentos de sangre y… profecías.
—Emily —Tyler se obligó a incorporarse, aunque aún se tambaleaba—. Tenemos que irnos. Si nos quedamos, será peor.
Ella dudó. Parte de ella quería seguir escuchando, arrancar cada palabra de esas voces para comprender la magnitud de lo que enfrentaban. Pero al mismo tiempo, el instinto le gritaba que lo que fuese que habitaba ese lugar ya los había marcado, y permanecer allí solo fortalecería su vínculo con esa oscuridad.
Emily lo ayudó a ponerse de pie, pasándole un brazo por la cintura.
—No terminará aquí. Y lo sabes.