La madrugada llegó con una calma tensa. Emily no había dormido; la noche entera se le fue caminando en círculos, intentando trazar una ruta mental hacia las catacumbas y recordando cada fragmento de historia que había escuchado sobre ellas.
Tyler, por su parte, despertó sobresaltado varias veces, sudoroso, con las marcas brillando débilmente como brasas bajo su piel. Cada espasmo le recordaba lo poco que le quedaba de tiempo.
Cuando la primera luz del sol asomó tímidamente en el horizonte, Emily estaba lista. Con un abrigo negro y un bolso lleno de armas ocultas, mapas y amuletos, lo esperó en la puerta.
—¿Seguro que quieres hacer esto? —preguntó sin preámbulos, mientras lo veía salir.
Tyler le sostuvo la mirada. Aunque pálido, su voz era firme.
—Si no vamos, muero. Así de simple.
Emily asintió con gravedad y comenzaron a caminar.
Las Catacumbas de Sangre no aparecían en ningún mapa moderno de la ciudad. Eran parte de un entramado subterráneo de túneles olvidados, antiguos cementerios y ruinas que databan de la época en que los brujos y vampiros gobernaban desde las sombras. Nadie en su sano juicio descendía allí… salvo los desesperados.
Emily los condujo hasta una vieja iglesia abandonada en el barrio más antiguo. El lugar estaba cubierto de grafitis, con vidrieras rotas y un hedor a humedad.
—Aquí empieza —dijo en voz baja, apartando un altar derruido. Debajo, oculto bajo capas de polvo y ceniza, había una trampilla de hierro oxidado.
Tyler tragó saliva.
—Perfecto. Una iglesia maldita y un sótano secreto. Justo lo que me faltaba.
—Podrías haberte quedado arriba —replicó Emily, empujando la tapa con un chirrido metálico.
Un aire helado y pútrido subió desde las profundidades, envolviéndolos con un susurro tenue, como si cientos de voces aguardaran abajo.
—Muy acogedor —murmuró Tyler, armándose de valor mientras descendía tras ella.
El túnel se extendía interminable, con paredes de piedra húmeda y símbolos grabados que parecían cambiar bajo la luz de la linterna. Emily los reconoció de inmediato: runas de protección, pero también de advertencia.
—Estos pasajes se usaban para rituales antiguos —explicó—. Cada inscripción cuenta una historia, o un sacrificio.
Tyler iluminó uno de los grabados: una figura humana rodeada de llamas negras. El parecido con las marcas de su pecho lo hizo estremecer.
—¿Y esa historia en particular?
Emily evitó responder, avanzando más rápido.
Tras casi una hora, llegaron a una cámara amplia. En el centro, un círculo de huesos incrustados en el suelo formaba un mosaico macabro. Alrededor, antorchas apagadas parecían haber ardido hace no mucho.
—Alguien ha estado aquí —murmuró Emily, arrodillándose para inspeccionar.
Un sonido metálico retumbó detrás de ellos. Tyler giró y vio una figura encapuchada bloqueando la salida.
—Genial. Sabía que esto era demasiado fácil —masculló.
Emily se puso en guardia, los colmillos asomando apenas.
—¿Quién eres?
La figura bajó la capucha lentamente, revelando un rostro joven, de ojos amarillos y piel marcada con tatuajes rúnicos.
—Un guardián —respondió con voz grave—. Y han cometido un error fatal entrando aquí.
Sacó de su túnica una cadena con un colgante idéntico al medallón que habían encontrado en el callejón.
Tyler dio un paso adelante, el calor en su pecho respondiendo al objeto.
—Ese símbolo… está conectado conmigo.
El guardián asintió, pero no con aprobación.
—Eres el portador maldito. El elegido para abrir el Corazón. Tu destino no es encontrarlo… sino liberarlo.
Emily sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Liberarlo? ¿De qué?
El guardián la miró fijamente, y por primera vez su expresión mostró un atisbo de temor.
—De aquello que nunca debió despertar.
El aire en la cámara se volvió más denso, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Emily se adelantó, interponiéndose entre el guardián y Tyler.
—Si crees que voy a dejar que lo uses para tus rituales, estás muy equivocado —dijo, dejando que su voz resonara con un tono gélido y sus colmillos se mostraran sin disimulo.
El guardián no se inmutó.
—No entiendes. Él no me pertenece, ni a ti. Pertenece al Corazón. Y el Corazón… pertenece a la oscuridad.
Tyler sintió que la marca en su pecho latía como un tambor, sincronizándose con cada palabra. Le ardía tanto que apenas podía mantenerse de pie.
Emily lo sostuvo del brazo sin apartar la vista de su enemigo.
—Entonces explícanos —exigió—. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué es lo que “nunca debió despertar”?
El guardián bajó la mirada un segundo, como si cargara con siglos de peso en los hombros.
—Hace mil años, los brujos crearon el Corazón de Obsidiana para canalizar la esencia de seres imposibles de controlar: demonios antiguos, nacidos antes de la luz. Aprendieron a encadenar esas almas dentro del artefacto. Lo llamaron “prisión eterna”.
Emily apretó los puños.
—Y ahora… ¿crees que Tyler es la llave para liberarlos?
El guardián levantó el medallón, que brilló al unísono con la marca de Tyler.
—No lo creo. Lo sé. El sello lo reconoce. Él es el elegido.
—¡No soy ninguna maldita llave! —gruñó Tyler, con un temblor de ira y miedo en su voz.
El guardián lo miró con frialdad.
—No importa lo que pienses. La sangre ya habló por ti.
De pronto, el suelo tembló bajo sus pies. Las runas grabadas en las paredes comenzaron a encenderse con una luz rojiza. Emily retrocedió, maldiciendo en voz baja.
—¡Nos ha delatado! —dijo—. El Corazón siente su presencia.
Un estruendo resonó desde lo profundo del túnel, como un rugido que venía de kilómetros abajo. El guardián se tensó.
—Ya es tarde. Los espíritus del encierro lo han olfateado. Vendrán por él.
Emily lo tomó por la camisa, fulminándolo con la mirada.
—Entonces nos ayudarás a salir de aquí con vida.