El eco del estruendo se multiplicó en la cámara hasta que fue imposible distinguir de dónde provenía. Era como si toda la caverna respirara, como si un corazón inmenso latiera bajo tierra.
Emily apretó con fuerza la daga runada, avanzando un paso para cubrir a Tyler. Sus ojos se clavaron en el guardián.
—Habla. ¿Qué significa lo que acabamos de ver?
El guardián aún observaba a Tyler, como si estuviera frente a un descubrimiento prohibido.
—No solo es la llave. En sus venas corre sangre maldita. Sangre de los primeros demonios… los que se enfrentaron a los dioses antes de que existiera la noche.
Emily lo fulminó con la mirada.
—Mientes. Él es humano.
Tyler, pálido, temblaba.
—Emily… yo no… nunca… —Se llevó la mano al rostro, notando aún el ardor en su piel—. No sabía que era capaz de eso.
La vampiresa lo sostuvo de los hombros.
—No importa lo que seas, Tyler. Lo que importa es lo que elijas ser.
Un rugido ensordecedor cortó la tensión, proveniente del túnel central. La roca tembló y fragmentos de piedra cayeron del techo. Emily levantó la vista justo a tiempo para ver cómo el arco de runas empezaba a resquebrajarse.
El guardián retrocedió, blandiendo el medallón.
—¡Se ha despertado! El vigía del Corazón.
De la oscuridad emergió una figura imposible: un coloso de sombra y hueso, deforme, con cuatro brazos terminados en garras y un torso recubierto de símbolos ardientes. Sus ojos eran brasas rojas que iluminaron la cámara como un fuego infernal.
Emily tragó saliva.
—Eso… no es un simple guardián.
El ser abrió la boca y un rugido tan profundo que parecía un terremoto retumbó en sus entrañas.
El guardián levantó la voz sobre el estruendo:
—Es el Devorador. Una creación de los brujos que sellaron el Corazón. Fue forjado para destruir a cualquiera que intentara acercarse… incluso a nosotros.
Las sombras que quedaban se dispersaron, temerosas de la criatura colosal. El propio suelo comenzó a agrietarse bajo sus pasos.
Emily se giró hacia Tyler, que apenas podía mantenerse en pie.
—Escúchame, Tyler. Necesito que no pierdas la cabeza. Lo que sea que esté dentro de ti, contrólalo. Si no lo haces, este monstruo lo aprovechará.
Él asintió, aunque sus manos aún chisporroteaban con aquella energía oscura.
—Lo intentaré… pero no prometo nada.
El guardián gritó:
—¡El Devorador no puede ser destruido! Solo puede ser contenido. Necesitamos el poder del portador.
Emily gruñó.
—¿Quieres que lo mate antes de que nos mate a nosotros?
El guardián no respondió. Se limitó a abrir el medallón, liberando un resplandor verde que formó un círculo protector a su alrededor. El coloso lanzó un zarpazo y la barrera tembló, a punto de romperse.
Emily saltó hacia adelante, esquivando las garras y clavando la daga en el brazo del monstruo. La carne oscura siseó al contacto con las runas, pero aquello solo provocó que el ser rugiera más fuerte.
El impacto la lanzó contra una columna rota, pero se levantó de inmediato.
—¡Necesito más que una daga para esto! —gritó.
Tyler, temblando, dio un paso al frente. La marca en su pecho ardía como fuego líquido, y sus ojos volvieron a encenderse en carmesí. Levantó la mano, y de sus dedos surgieron látigos de energía oscura que azotaron al coloso, haciéndolo tambalearse.
Emily lo miró horrorizada y fascinada a la vez.
—Tyler…
Él jadeaba, con las venas del cuello marcadas por el esfuerzo.
—No sé cuánto tiempo podré… mantener esto.
El Devorador rugió de nuevo, arrancándose los látigos de sombra como si fueran cadenas frágiles. Sus ojos se clavaron directamente en Tyler, reconociéndolo, reverenciándolo… o tal vez deseando devorarlo.
El guardián gritó:
—¡Es él a quien busca! ¡El Devorador lo reconoció como heredero del Corazón!
Emily sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Entonces tendremos que pelear no solo por sobrevivir… sino para que no lo reclame.
El coloso avanzó, cada paso estremeciendo la cámara. Emily y Tyler se miraron, sabiendo que lo que venía no sería solo una batalla… sino una prueba de todo lo que eran y de lo que estaban destinados a convertirse.
Y en el rugido de aquel monstruo milenario, comenzó la verdadera guerra por el Corazón de Obsidiana.
El Devorador levantó sus cuatro brazos, y con un zarpazo derribó columnas enteras, haciendo que fragmentos de piedra volaran como proyectiles. Emily se movió en un destello, sujetando a Tyler y empujándolo contra la pared para evitar que lo aplastaran.
—¡Concéntrate en respirar! —le ordenó, con la voz firme pero el corazón acelerado.
Tyler levantó la vista hacia el coloso. Sus ojos carmesí brillaban con un poder que no entendía. Con un grito, lanzó un nuevo látigo de sombras que envolvió la pierna del monstruo y lo obligó a arrodillarse, la piedra retumbando bajo su peso.
Emily aprovechó el momento: saltó sobre el brazo del Devorador, corriendo como un rayo hasta llegar a su hombro. Con un rugido animal, hundió su daga en uno de sus ojos ardientes. La criatura chilló con un alarido que retumbó hasta lo más profundo de las catacumbas, sacudiéndose con furia.
El golpe la arrojó contra el suelo con tal fuerza que la roca se quebró bajo su cuerpo. Emily escupió sangre, se levantó tambaleante y limpió su boca con el dorso de la mano.
—Vas a necesitar más que eso para tumbarme —gruñó.
El guardián, protegido tras su círculo, gritaba:
—¡El sello en su pecho! ¡Es el único punto vulnerable!
Emily miró hacia Tyler. La marca ardía más fuerte, como si respondiera al rugido del monstruo. El Devorador fijó su atención en él, ignorando al resto.
Emily comprendió.
—¡Te quiere a ti! ¡Eres el sacrificio que busca!
Tyler retrocedió, sudando frío.
—No… no puedo dejar que me toque. Siento que si lo hace… algo dentro de mí va a romperse.