Sombras encadenadas

Capítulo 9 – Ecos de oscuridad

El silencio que siguió a la caída del Devorador era casi insoportable. Cada gota de agua que caía desde las grietas del techo retumbaba como un tambor, recordándoles que estaban en un mundo que no perdona errores.

Emily apoyó a Tyler contra una pared, comprobando que respirara y que las marcas de su pecho, aunque todavía brillantes, no se descontrolaran.
—Maldito sea… pensé que no saldríamos de esta —susurró, con la voz quebrada por la tensión y el miedo.

Tyler cerró los ojos un instante, intentando calmar el ardor interno.
—Yo… no sabía que podía hacer eso… No quiero ser un monstruo.

Emily lo miró fijamente, apretando su mandíbula.
—No lo eres. No mientras yo esté aquí. Siempre estaremos juntos.

El guardián, a unos pasos, permanecía inmóvil, observando con ojos que reflejaban siglos de advertencias y tragedias.
—Lo que habéis hecho hoy… muchos no podrían siquiera imaginarlo. Pero debéis entender algo: cada criatura derrotada, cada sombra vencida, solo atrae más oscuridad. Lo que habéis enfrentado es solo el principio.

Tyler abrió los ojos, su mirada todavía temblorosa.
—Entonces… ¿cada paso que damos nos acerca al Corazón, o a nuestra propia destrucción?

El guardián suspiró, apagando lentamente el medallón que había usado para contener al Devorador.
—Ambos. La línea entre salvación y perdición es tan fina que cualquier error puede ser fatal.

Emily lo observó a Tyler, y por un instante todo el miedo, la incertidumbre y la rabia contenida se mezclaron en una sola emoción: protección absoluta.
—Nos necesitamos más que nunca —dijo, tomando su mano con firmeza.

Tyler asintió, apoyando la frente contra la suya.
—Siempre… contigo.

El eco de sus palabras pareció disipar, aunque solo por un instante, la presión que la oscuridad de las catacumbas ejercía sobre ellos.

El guardián, en un gesto raro, les señaló un túnel lateral, más estrecho y envuelto en sombras que parecían palpitar.
—Allí continuáis. Los símbolos os guiarán. Pero no os confiéis: las trampas están diseñadas para probar el corazón, la mente… y la fuerza de aquellos que se atreven a acercarse al Corazón.

Emily soltó un suspiro, tomando aire.
—Entonces caminemos. Con cuidado… y preparados para lo que sea.

Tyler la siguió, aún tembloroso, pero con los ojos firmes, conscientes de que la batalla que habían librado juntos solo había sido el inicio. Y mientras avanzaban, cada sombra, cada susurro y cada grieta en las paredes parecía repetirles: el Corazón los observa… y la oscuridad está despierta.

Emily y Tyler caminaron por el túnel lateral señalado por el guardián. La estrechez del pasaje obligaba a cada paso a ser medido; cada crujido de piedra y cada sombra parecía contener secretos que querían devorarlos.

—Siento como si algo nos siguiera —susurró Tyler, con los ojos fijos en la oscuridad.

—No estás equivocado —respondió Emily, aferrándose a su daga runada—. Cada paso que damos es observado. Las catacumbas no son solo trampas físicas, sino también mentales. Quien entra aquí debe enfrentar sus miedos más profundos.

Tyler tragó saliva, y por un instante la marca en su pecho se iluminó levemente.
—Mi miedo… ¿es perderte a ti o perderme a mí mismo?

Emily lo miró, con una mezcla de ternura y determinación.
—Ambos. Pero no dejaré que eso suceda. Juntos podemos.

El túnel se abrió en una cámara más grande. En el centro, un mosaico de obsidiana brillaba tenuemente con símbolos que parecían moverse bajo la luz de las antorchas. Emily se agachó para leerlos.
—Son advertencias. Hablan de ilusiones… trampas de percepción. Si no confiamos el uno en el otro, nos perderemos dentro de nuestra propia mente.

Tyler miró alrededor, nervioso. De las paredes surgieron sombras que empezaron a adoptar formas familiares: rostros de personas que habían conocido, recuerdos deformados de su infancia y de su vida humana. Cada sombra murmuraba promesas y amenazas, jugando con su percepción.

—¡No son reales! —gritó Emily, sujetando firmemente a Tyler—. Esto es la catacumba intentando quebrarnos.

—Lo sé… pero es tan real… —murmuró Tyler, con la voz temblorosa.

Emily se acercó, tomando su rostro entre las manos.
—Mira mis ojos. Estamos aquí. Contigo, siempre. Ninguna ilusión puede separarnos.

Él respiró hondo, cerró los ojos y dejó que su poder fluyera suavemente, disipando las sombras con un aura carmesí que se extendió alrededor de ambos. Las figuras comenzaron a desvanecerse, y el mosaico de obsidiana del centro de la sala brilló intensamente antes de apagarse.

—Buen trabajo —dijo el guardián, que los observaba desde la entrada—. Superasteis la primera prueba. Pero hay más. Cada paso que deis os acercará al Corazón, pero también incrementará el riesgo.

Emily y Tyler se miraron, conscientes de que este era solo el principio del laberinto mental y físico que los esperaba. Y mientras avanzaban hacia la siguiente cámara, sabían que la oscuridad acechaba no solo alrededor de ellos… sino dentro de ellos.

Emily y Tyler avanzaron más adentro de la cámara. Cada paso resonaba, y las sombras que aún persistían parecían arrastrarse por el suelo como serpientes. La temperatura descendió varios grados; el aire se volvió más denso, cargado con un olor a tierra húmeda y metal oxidado.

—Siento que algo nos sigue —murmuró Tyler, su voz un suspiro tembloroso mientras la marca en su pecho brillaba con intensidad.

Emily le apretó la mano con firmeza.
—Sí… y no podemos detenernos. La prueba no es solo de fuerza, sino de mantenernos juntos sin dejarnos engañar por lo que intentan mostrarnos.

A medida que avanzaban, las paredes empezaron a proyectar visiones aún más inquietantes: fragmentos de su pasado, imágenes distorsionadas de amigos y familiares, recuerdos de dolor mezclados con rostros que nunca habían conocido.




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