Sombras encadenadas

Capítulo 11 – El Espejo de la Sangre

Emily permaneció inmóvil frente al espejo, respirando hondo como si de verdad necesitara aire. La criatura en la superficie sonrió con una mueca que destilaba crueldad. Sus colmillos eran más largos, sus ojos completamente rojos, su piel oscura como cenizas y las venas marcadas por un resplandor carmesí. Era la encarnación de todo lo que Emily había reprimido durante siglos.

—¿Me temes? —preguntó la sombra, ladeando la cabeza—. No deberías. Yo soy lo que siempre has sido, lo que serás cuando la máscara caiga.

Emily apretó los puños, conteniendo la rabia.
—Yo no soy tú.

La sombra rio, un sonido áspero que retumbó en la cámara.
—Dices eso, pero cada vez que pruebas la sangre… cada vez que sientes el calor de una presa temblar bajo tus manos… ¿quién crees que lo disfruta? No eres la noble detective que juega a salvar humanos. Eres una depredadora que se viste de héroe porque no soporta admitir lo obvio.

Emily dio un paso hacia adelante, y el espejo vibró como agua agitada. De pronto, la sombra salió de él, caminando hacia ella con los mismos movimientos, como si fuera su reflejo liberado. La diferencia era su presencia: oscura, sofocante, cargada de un poder primitivo.

—No puedes negarme. —La criatura levantó la mano y sus garras brillaron bajo la luz azul—. Porque yo soy tú.

Emily desenvainó su daga, el filo temblando en su mano.
—Si eres yo, entonces sabes lo que pasará si intentas matarme.

La sombra sonrió aún más, mostrando colmillos ensangrentados.
—Exacto. Una de nosotras no saldrá de aquí.

Se lanzaron al mismo tiempo. El choque resonó como un trueno. Emily bloqueó el primer ataque, pero sintió cómo sus fuerzas eran devueltas con el doble de intensidad. Cada movimiento de la sombra era rápido, calculado, como si conociera sus propios instintos antes que ella misma.

Emily cayó al suelo tras un golpe en el rostro, y el sabor a hierro llenó su boca. La sombra la sujetó del cuello y la levantó contra el espejo, cuya superficie palpitaba como un corazón vivo.
—Mírate, Emily —susurró la criatura—. Siglos huyendo de lo que eres, siglos ocultando tus colmillos, y todo para terminar aquí, encadenada por tu propia verdad.

Emily jadeó, clavando los ojos en los de su reflejo. Y entonces lo recordó: las palabras de Tyler, la forma en que la había mirado cuando sus colmillos habían brillado bajo la luna. No con miedo… sino con aceptación.

Un fuego extraño, distinto a la sed de sangre, recorrió sus venas. Con un rugido, Emily clavó la daga en el brazo de la sombra, liberándose del agarre.
—¡No soy solo lo que tú dices!

La sombra chilló, pero sus ojos resplandecieron con furia.
—Veremos cuánto puedes sostener esa mentira cuando él vea lo que realmente eres.

La criatura retrocedió un paso, y el espejo volvió a agitarse, como si absorbiera el cuerpo de la sombra otra vez. Emily, jadeante, se limpió la sangre del labio y se obligó a no mirar atrás.
Sabía que esa batalla no había terminado. Aquella parte de ella seguía ahí, acechando, esperando el momento de volver a reclamarla.

Pero debía seguir adelante. Tyler la necesitaba.

Mientras tanto, en el otro túnel, Tyler luchaba contra su propio juicio. El fuego lo rodeaba, y la figura demoníaca lo miraba con una mezcla de desprecio y compasión.

—¿Por qué te aferras a tu humanidad, hijo del abismo? —preguntó la sombra con voz grave—. La humanidad es una debilidad. Te hará perderla a ella.

Tyler apretó los puños, con la marca en su pecho latiendo como un corazón ajeno. Pensó en Emily, en su mirada, en cómo lo había salvado una y otra vez.
—Si eso es debilidad, la acepto.

Las llamas rugieron con violencia, como si la propia oscuridad se burlara de él. Y entonces, la figura extendió una mano envuelta en fuego negro.
—Entonces ven. Abraza lo que eres. Déjame mostrarte el verdadero poder que late en tus venas.

Tyler sintió la tentación palpitar dentro de sí. El poder… el control absoluto. Todo lo que había temido aceptar lo estaba esperando a un paso de distancia.

Con el fuego lamiendo su piel y el eco de Emily en su mente, tomó aire y dio un paso hacia adelante.

Emily permaneció unos segundos más frente al espejo, la daga aún temblando en su mano. El silencio en la cámara era sofocante, como si la propia caverna estuviera conteniendo la respiración tras aquel choque. Sus reflejos vampíricos seguían ardiendo bajo la piel: los colmillos al descubierto, los ojos brillando con un rojo salvaje, las venas marcándose bajo la piel. Ella los reprimió con un esfuerzo casi doloroso, como quien intenta encadenar a una bestia furiosa dentro de sí.

“Ese no soy yo”, se repitió mentalmente, aunque la voz de la sombra todavía resonaba en su mente como un eco venenoso.

Caminó tambaleante hacia adelante, pasando el espejo que ahora solo mostraba una superficie opaca, inerte. Cada paso era un recordatorio de que lo que había visto allí no había desaparecido realmente: la criatura era parte de ella.

El aire del túnel cambió de golpe. El frío se hizo más intenso, y un murmullo empezó a colarse por las paredes como si miles de voces susurraran su nombre al mismo tiempo. Emily agudizó los sentidos. Aquello no era normal… ni siquiera para un lugar creado con magia oscura.

Una figura se deslizó desde las sombras del pasillo. No era la suya reflejada, no era un monstruo deformado: era alguien más. Alto, envuelto en una túnica negra, sin rostro, solo un vacío donde deberían estar los ojos. Y, aun así, Emily sintió que la observaba.

—Has sobrevivido al espejo —dijo la figura, con una voz que sonaba como si saliera de todos los rincones a la vez—. Pero el espejo solo fue la primera puerta.

Emily levantó la daga, aunque el filo parecía insignificante ante esa presencia.
—¿Qué es lo que quieres?

La figura inclinó la cabeza, como un maestro ante una alumna rebelde.
—Que aceptes lo que eres. O que mueras negándolo.




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