Sombras encadenadas

Capítulo 12 – El Umbral de los Secretos

El aire en el subterráneo estaba cargado de humedad y ceniza. Emily apoyó una mano contra la pared de piedra, intentando estabilizar el pulso que aún se aceleraba después del encuentro con la figura encapuchada. Sus colmillos no habían terminado de retraerse y sentía las venas en su rostro palpitar, como si cada latido quisiera arrastrarla de nuevo al espejo y a la furia que había visto allí reflejada.

—Contrólate —se murmuró entre dientes, cerrando los ojos un instante—. No voy a convertirme en eso.

El eco de pasos invisibles retumbó detrás de ella, pero cuando giró, no había nadie. El túnel estaba vacío. Lo único que permanecía era la sensación de que cada sombra en esas paredes tenía ojos.

La antorcha azul de la sala anterior seguía brillando tras de ella, como un faro que se extinguía lentamente. Emily sabía que debía seguir adelante, pero cada paso hacia la oscuridad era como internarse en una trampa sin salida.

De pronto, una ráfaga de aire frío se coló por el pasadizo. No era un viento común: llevaba un aroma inconfundible. Humo. Cenizas. Y algo más… un dejo de azufre.

Emily se tensó.
—Tyler… —susurró, con un hilo de esperanza y miedo mezclados.

Tyler se obligó a ponerse de pie. El suelo de piedra bajo él aún ardía con un calor residual, como si el fuego negro lo hubiera marcado. El sudor le corría por la frente, y cada respiración le dolía como si inhalara brasas. La marca en su pecho brillaba débilmente, como una cicatriz recién abierta.

Se llevó una mano al corazón. El dolor estaba ahí, constante, pero debajo había algo más: una vibración extraña, un pulso que no era suyo.
Emily.
La sentía. No con los sentidos humanos, sino con algo más profundo, como un hilo invisible que unía sus almas.

La oscuridad a su alrededor se abrió en un corredor, y con pasos vacilantes, Tyler lo siguió. El fuego que lo había rodeado había desaparecido, pero en las paredes quedaban restos de quemaduras, símbolos carbonizados que parecían formar runas desconocidas.

A cada paso, las voces regresaban. Susurros que se colaban en su mente: “Ríndete… Eres nuestro… No luches más…”

—Cállense —gruñó, apretando los puños—. No me van a controlar.

La oscuridad se estremeció, como burlándose de su resistencia.

Tyler se obligó a ponerse de pie. El suelo de piedra bajo él aún ardía con un calor residual, como si el fuego negro lo hubiera marcado. El sudor le corría por la frente, y cada respiración le dolía como si inhalara brasas. La marca en su pecho brillaba débilmente, como una cicatriz recién abierta.

Se llevó una mano al corazón. El dolor estaba ahí, constante, pero debajo había algo más: una vibración extraña, un pulso que no era suyo.
Emily.
La sentía. No con los sentidos humanos, sino con algo más profundo, como un hilo invisible que unía sus almas.

La oscuridad a su alrededor se abrió en un corredor, y con pasos vacilantes, Tyler lo siguió. El fuego que lo había rodeado había desaparecido, pero en las paredes quedaban restos de quemaduras, símbolos carbonizados que parecían formar runas desconocidas.

A cada paso, las voces regresaban. Susurros que se colaban en su mente: “Ríndete… Eres nuestro… No luches más…”

—Cállense —gruñó, apretando los puños—. No me van a controlar.

La oscuridad se estremeció, como burlándose de su resistencia.

Los pasadizos de Emily y Tyler parecían distintos, pero ambos desembocaban hacia la misma dirección. La prisión subterránea donde habían sido arrastrados no era un simple laberinto: era una prueba viviente, moldeada para quebrarlos.

Emily llegó a una bifurcación. A la izquierda, un túnel descendía con un ligero resplandor rojo; a la derecha, otro ascendía hacia un resplandor pálido, como el de la luna.

Se inclinó un poco, olfateando el aire. El túnel de la izquierda apestaba a sangre fresca. El derecho, en cambio, tenía un olor metálico, seco, acompañado de un murmullo que parecía viento.

—¿Cuál de los dos? —murmuró, apretando la daga.

Cerró los ojos un instante, y allí lo sintió. Un eco en su pecho, como si su corazón hubiera querido sincronizarse con otro latido lejano. El de Tyler. No sabía cómo, pero estaba segura: debía tomar el túnel de la derecha.

Tyler llegó a un muro. En apariencia sólido, pero cubierto de símbolos tallados en piedra. Uno de ellos brillaba débilmente, pulsando con la misma intensidad que la marca en su pecho.

Se acercó, apoyando la palma sobre la runa. El calor se intensificó de inmediato, haciéndolo retroceder por reflejo. La marca respondió como un fuego vivo bajo su piel.

—¿Quieres que use esto? —masculló, mirando la pared—. ¿Quieres que lo acepte?

El muro permaneció en silencio, pero el brillo aumentó. Tyler tragó saliva, luchando contra el temblor en sus manos. Había prometido resistirse, pero sin usar su parte demoníaca, no pasaría.

Cerró los ojos y dejó que un poco del fuego negro fluyera hacia sus venas. No todo. Solo lo suficiente.

La marca ardió, un destello lo envolvió, y la pared se abrió con un estruendo que resonó en todo el subterráneo.

Emily sintió la vibración como un temblor bajo sus pies. La piedra crujió, polvo cayendo desde el techo. Se tensó de inmediato.
—Ese eres tú, Tyler…

Corrió por el pasillo, sus botas resonando en el eco. El resplandor pálido se hizo más fuerte, hasta que encontró una cámara amplia.

En el centro había un arco de piedra, cubierto de símbolos semejantes a los que Tyler había visto. En el interior del arco brillaba un resplandor plateado, como si fuera un espejo líquido.

Emily dio un paso, cautelosa.

Y entonces lo vio.

La figura de Tyler apareció del otro lado del arco, su silueta oscurecida por el brillo. Estaba de pie, con el pecho descubierto, el sudor pegado a su piel y la marca ardiendo con un rojo profundo.

Emily sintió un nudo en la garganta. Él parecía exhausto, pero vivo.
—¡Tyler!




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