El amanecer pintaba el cielo con tonos rojizos cuando Emily y Tyler llegaron al claro. La luz temprana atravesaba las copas de los árboles, dibujando sombras alargadas en la hierba húmeda. El murmullo del río cercano servía como única música, un sonido tranquilizador después del caos de la noche anterior.
Emily sostenía a Tyler por el brazo, ayudándolo a caminar. Aunque se había recuperado lo suficiente para mantenerse en pie, aún se notaba el peso de lo ocurrido: cada paso era un recordatorio de la lucha contra sí mismo, de las llamas que casi lo consumieron.
—Estamos cerca —dijo Emily, sin girar la vista.
Tyler arqueó una ceja, agotado.
—¿Cerca de qué?
Ella sonrió apenas, como si lo que estaba a punto de mostrarle fuera un secreto demasiado íntimo.
—De un lugar seguro.
El sendero los condujo hasta lo que parecía una colina cubierta de maleza. A simple vista no había más que raíces retorcidas y piedras cubiertas de musgo, pero Emily avanzó sin dudar. Con la punta de la bota apartó una raíz seca y reveló una entrada oscura en la tierra, un pasaje estrecho que descendía hacia las profundidades.
Tyler la miró con recelo.
—Un túnel. Genial. No hemos tenido suficiente de esos últimamente.
Emily le devolvió la mirada, desafiante.
—¿Prefieres quedarte afuera, a la vista de cualquiera que venga persiguiéndonos?
Él suspiró y alzó las manos en rendición.
—Tienes razón. Como siempre.
Se agacharon y entraron en el túnel. El aire dentro estaba cargado de humedad y olía a tierra antigua, pero pronto la oscuridad fue reemplazada por el parpadeo de antorchas encendidas en las paredes. El pasaje descendía suavemente hasta abrirse en una cámara amplia, excavada en la roca.
Allí había camas improvisadas, estanterías con frascos y libros viejos, armas apoyadas en las paredes y, en un rincón, una mesa de madera con mapas extendidos. No estaban solos.
Tres figuras se giraron hacia ellos en cuanto cruzaron la entrada.
La primera, una mujer de cabello blanco recogido en una trenza y ojos color ámbar, se levantó de inmediato, llevando en la mano un bastón de madera tallada. La segunda, un hombre robusto con cicatrices en el rostro, se acercó con una daga en el cinturón y una mirada tan cortante como el acero. La tercera era apenas una niña, no mayor de doce años, que observaba desde la mesa con ojos enormes y curiosos.
—Llegaste al fin —dijo la mujer del bastón, con voz profunda y cargada de autoridad—. Y veo que no vienes sola.
Emily asintió, empujando suavemente a Tyler hacia delante.
—Él es Tyler. Necesita descanso… y respuestas.
El hombre de las cicatrices entrecerró los ojos, examinando a Tyler como si pudiera ver a través de su piel.
—Ese no es un simple forastero. Su aura arde como la de un condenado.
Tyler alzó una ceja, agotado pero sarcástico.
—Encantador. Gracias por la bienvenida.
La mujer del bastón lo interrumpió antes de que Emily pudiera responder.
—Soy Lyria, Guardiana de este refugio. Estos son Kael y Nira. —Señaló al hombre y a la niña respectivamente—. Si entras aquí, es porque ella confía en ti. Pero debo advertirte: este lugar no tolera secretos.
Emily tensó los labios, sabiendo lo que eso significaba. Tarde o temprano, Tyler tendría que enfrentarse a lo que llevaba dentro.
Lo hicieron recostar en una de las camas improvisadas mientras Lyria se acercaba con un cuenco de agua y hierbas. La mujer se arrodilló a su lado, apoyando los dedos en su frente. Tyler sintió un cosquilleo eléctrico recorrerle la piel.
—El fuego que arde en ti no es de este mundo —susurró Lyria—. Es una maldición antigua, una llama que no debería existir.
Tyler apartó la mano de golpe.
—No necesito sermones.
—No —replicó ella, con calma—. Necesitas control. O serás un peligro para todos, incluida ella.
Emily dio un paso al frente, su voz cargada de firmeza.
—Yo lo ayudaré. No importa lo que cueste.
Lyria la observó con una mezcla de respeto y pesar.
—El amor y la lealtad son fuertes… pero no siempre suficientes.
El silencio se extendió en la cámara. Nira, la niña, se acercó tímidamente y extendió a Tyler un trozo de pan envuelto en un paño. Él lo aceptó con torpeza, sorprendido.
—Para que no te sientas tan roto —murmuró ella, con una sonrisa pequeña.
Tyler la miró en silencio un instante antes de esbozar una sonrisa cansada.
—Gracias, pequeña.
Horas después, mientras el refugio dormía, Emily se sentó junto a Tyler. Él descansaba, pero sus manos temblaban aún en sueños, como si las llamas negras siguieran recorriéndolo.
Emily rozó su rostro con cuidado.
—No voy a dejarte perderte —susurró.
Una voz detrás de ella la hizo girar. Kael estaba de pie, apoyado contra la pared, su silueta recortada por la luz tenue de una antorcha.
—Él es un riesgo —dijo con tono seco—. Y tarde o temprano, tendrás que elegir entre protegerlo… o proteger a todos los demás.
Emily apretó la mandíbula.
—No me des esa opción.
Kael se encogió de hombros, sin apartar la mirada de Tyler.
—Yo solo digo lo que otros no se atreven. Lo que llevas en brazos no es un hombre. Es un incendio esperando arrasar con todo.
Emily se levantó, avanzando hasta quedar frente a él.
—Y yo soy la única que puede detenerlo. ¿Lo entiendes?
Kael sostuvo su mirada por un instante, luego asintió levemente y se dio la vuelta, dejándola sola.
Al amanecer siguiente, el refugio despertó con un aire distinto. Tyler ya estaba de pie, más recuperado, aunque la sombra en sus ojos seguía allí.
Lyria lo observó mientras se levantaba.
—Si decides quedarte, aprenderás a controlar ese fuego. Si decides marcharte… entonces el mundo aprenderá a temerte.
Tyler respiró hondo, mirando a Emily a su lado.
—No voy a huir. No más.
Emily le apretó la mano en silencio, sintiendo que, aunque el camino era incierto, al menos lo estaban enfrentando juntos.