La noche posterior al enfrentamiento en el puente fue larga, demasiado. El refugio parecía respirar un aire denso, casi líquido, cargado de presagios. Emily apenas había cerrado los ojos. Cada vez que lo intentaba, revivía el eco de las sombras, los gritos, el fuego invisible de Tyler intentando no consumirlo todo.
Pero no era solo agotamiento. Había algo más… una sensación punzante, un zumbido constante en el aire, como si alguien estuviera observándolos incluso dentro de la protección mágica.
Emily se levantó de su cama antes del amanecer. Caminó por el pasillo del refugio, observando las grietas en las paredes, los talismanes que Lyria había colgado después de la batalla.
Todos dormían, menos uno.
Tyler estaba en el patio exterior, sentado sobre un banco de piedra. La bruma matutina lo envolvía como un espectro, y una ligera llama azul danzaba sobre su palma, girando en espirales lentas.
Emily se detuvo al verlo. Había algo hipnótico en esa escena. Tyler, tan humano y tan demoníaco al mismo tiempo, con esa mezcla de vulnerabilidad y poder que siempre la desarmaba.
—Deberías descansar —dijo, acercándose lentamente.
Tyler no la miró. —No puedo. Cada vez que cierro los ojos, veo fuego. Fuego que no me obedece.
Emily se sentó a su lado. El silencio los envolvió por unos segundos, solo interrumpido por el murmullo del viento y el crujir leve del fuego sobre su mano.
—Anoche fue una advertencia —continuó él—. Pero no fue solo contra nosotros. Quieren que dude. Quieren que pierda el control para que todo arda.
Emily lo observó con atención.
—Y no lo harás —afirmó con suavidad—. No mientras yo esté aquí.
Él alzó la mirada. Sus ojos, oscuros como el carbón ardiendo, se encontraron con los de ella.
—¿Y si no puedes detenerme? —preguntó, su voz casi un susurro—. ¿Y si el demonio en mí ya está cansado de estar contenido?
Emily no respondió enseguida. Su mano, temblorosa, buscó la de él y la apretó con fuerza.
—Entonces… me quedaré contigo en el fuego.
Tyler soltó una risa breve, quebrada.
—Eres demasiado valiente para tu propio bien.
—O demasiado terca —replicó ella, con una sonrisa tenue.
Durante un instante, el silencio fue distinto. No pesado, sino cálido.
Horas después, el consejo sobrenatural se reunió en el salón principal del refugio. Lyria, Kael, Nira, e incluso dos de los vampiros de clanes vecinos que se habían ofrecido a cooperar. La mesa estaba cubierta de mapas, sellos antiguos y símbolos protectores.
—El ataque del puente no fue casualidad —dijo Lyria con tono grave—. Fue una distracción. Mientras todos estaban enfocados en proteger a Emily, alguien entró al archivo sagrado.
Kael golpeó la mesa. —¿Entraron al archivo? ¿Qué robaron?
Lyria extendió un pergamino medio quemado.
—Esto. Parte de la profecía Carmesí.
El nombre cayó como una piedra en el silencio. Emily sintió un escalofrío recorrerle la columna. Había escuchado ese término solo en rumores: una antigua predicción que hablaba del nacimiento de un poder tan grande que podría alterar el equilibrio entre humanos y seres sobrenaturales.
—¿Qué decía esa parte? —preguntó Tyler, inclinándose hacia adelante.
Lyria lo miró con inquietud.
—Decía… que el “hijo del fuego y la sangre” sería el portador de la condena y la redención. Y que su vínculo con la noche decidiría el destino de ambos mundos.
El silencio volvió a caer, más espeso que antes. Tyler bajó la mirada, comprendiendo la implicación sin que nadie tuviera que decirlo.
Emily apretó los puños.
—¿Estás insinuando que esa profecía habla de Tyler?
Lyria asintió lentamente.
—No lo sabemos con certeza. Pero si el enemigo robó este fragmento, significa que ellos sí lo creen.
Kael resopló. —Y si creen eso, intentarán manipularlo.
Tyler se levantó bruscamente.
—O destruirme antes de que ocurra.
Emily también se levantó.
—No dejaré que te usen, ni que te destruyan.
Lyria suspiró. —Entonces debemos movernos antes que ellos. Si lograron entrar aquí, el refugio ya no es seguro.
El día transcurrió entre preparativos. Reforzaban barreras, destruían los túneles subterráneos que podían ser usados en su contra. Emily no dejaba de pensar en las palabras de Lyria.
"Hijo del fuego y la sangre…"
Era una metáfora peligrosa. Ella, una vampiresa de siglos. Él, un demonio marcado por el fuego.
¿Era posible que el destino ya los hubiera enlazado mucho antes de conocerse?
Al caer la tarde, mientras el resto se ocupaba, Emily salió a tomar aire. Caminó hasta un pequeño claro detrás del refugio, donde la luz del atardecer bañaba las piedras cubiertas de musgo. Fue entonces cuando escuchó un susurro.
—Emily…
La voz la congeló. Era una voz que no debía oír jamás.
—¿Madre? —susurró, con incredulidad.
De entre la bruma surgió una figura femenina, elegante, con ojos del mismo tono carmesí que los suyos. Era imposible. Su madre había muerto hacía siglos, en la cacería de los templarios. Y, sin embargo, allí estaba.
—Has cambiado —dijo la figura con una sonrisa melancólica—. Sigues cargando con el peso de proteger a los demás, incluso cuando sabes que eso te destruirá.
Emily retrocedió un paso. —No… esto no puede ser real.
—¿Qué es real, hija? —la voz sonaba tan dulce, tan familiar—. ¿El dolor? ¿La soledad? ¿Ese demonio al que llamas compañero? ¿Crees que él te salvará?
Emily apretó la mandíbula.
—Tyler no es…
—¿Qué? ¿Un monstruo? —La figura dio un paso adelante. Su rostro cambió levemente, su sonrisa se volvió torcida, cruel—. Lo es. Y tarde o temprano, te consumirá como el fuego que lleva en la sangre.
Emily sintió cómo la furia reemplazaba al miedo.
—No eres mi madre.
—Tienes razón —dijo la figura, y su cuerpo comenzó a deformarse, volviéndose más oscuro, más alto, más inhumano—. Soy su recuerdo. Uno que tu enemigo me pidió que usara para quebrarte.