La noche se cerró sobre ellos como una tumba.
El eco de los gritos se perdió en el viento, mientras la batalla en el puente llegaba a su punto más violento. Emily se movía entre sombras y fuego, esquivando ataques que surgían de todas partes. Las figuras encapuchadas no eran simples hechiceros: sus ojos, rojos como brasas, delataban que algo mucho más oscuro los habitaba.
Cada golpe, cada movimiento, dejaba un rastro de luz carmesí en el aire. La espada de Emily estaba empapada de sangre negra, espesa, que no pertenecía a ningún ser humano.
Tyler, aún bajo el sello, observaba todo desde la distancia, su cuerpo ardiendo por dentro. El hechizo de ocultamiento de Lyria lo mantenía invisible, pero el precio era alto: cada vez que contenía su poder, sentía que algo en su interior se quebraba.
El fuego demoníaco exigía salir.
Emily giró bruscamente cuando escuchó un gemido. Uno de los enemigos había caído, pero no por su espada. En el suelo, un símbolo oscuro se extendía bajo los pies del cuerpo. Un sello ritual.
—No... —murmuró Emily, comprendiendo demasiado tarde.
El símbolo comenzó a brillar, y las sombras se unieron, formando un círculo que abarcó todo el puente. Las piedras vibraron, y una energía antinatural surgió del suelo.
Del otro lado, la figura central levantó el rostro. Su capucha cayó, revelando a una mujer de piel blanca como la nieve, con venas negras recorriéndole el cuello y los ojos teñidos de sangre.
—Bienvenida al sacrificio, detective —dijo con una sonrisa torcida—. El ritual ha comenzado, y tu sangre será el hilo que despierte lo que duerme.
Emily apretó los dientes.
—¿Qué demonios planeas?
La mujer extendió las manos, y las sombras respondieron a su llamado.
—Despertar a lo que nos pertenece. Liberar la sangre antigua.
Las piedras bajo el puente se resquebrajaron. Un rugido, profundo y distante, surgió del abismo. El río dejó de fluir, como si el tiempo mismo se hubiese detenido.
Tyler sintió la presión aumentar. Las runas del sello de ocultamiento comenzaron a arderle la piel. Lyria había advertido que el hechizo no soportaría una energía demoníaca de alto nivel, y esto… esto era mucho más de lo que cualquiera había previsto.
El fuego en su interior clamaba por salir, pero él luchó por contenerlo.
Emily estaba rodeada, pero seguía resistiendo, usando todo lo que tenía. Su espada trazaba arcos de luz entre las sombras, cada corte era una danza mortal.
Hasta que la mujer del ritual pronunció un nombre.
—Azrahel.
Tyler se congeló.
Ese era su verdadero nombre. Uno que había prometido nunca volver a escuchar.
La mujer sonrió, mirando hacia donde él estaba oculto.
—Sabía que vendrías.
Emily giró de golpe, confundida.
—¿Qué?
El sello se rompió. El aire se incendió.
Las llamas brotaron del suelo en un estallido cegador. Tyler apareció entre el fuego, su cuerpo envuelto en una energía tan intensa que el mismo aire se volvió denso. Su forma humana se quebró por un instante, dejando ver fragmentos de lo que realmente era: un demonio de ojos dorados, con marcas que ardían como hierro fundido.
Emily lo miró, entre asombro y terror.
—¿Qué eres…?
Tyler bajó la mirada, la voz grave, cargada de un poder que estremecía.
—Algo que nunca quise que vieras.
La mujer del ritual rió con satisfacción.
—El demonio del fuego antiguo… el guardián del pacto carmesí. Tu destino siempre fue servirnos, Azrahel.
—Nunca más —gruñó Tyler.
La energía que lo rodeaba se expandió, rompiendo el círculo del ritual por un instante. Emily aprovechó el momento para avanzar hacia el centro, donde el símbolo aún brillaba, alimentado por la sangre del rehén.
Era un chico joven, atado, con marcas talladas en su piel. Sus ojos imploraban ayuda. Emily corrió, cortó las cuerdas y lo apartó justo antes de que el círculo se cerrara de nuevo.
Pero el daño ya estaba hecho.
El suelo tembló con fuerza. Un resplandor rojo ascendió desde el abismo bajo el puente, y una figura emergió lentamente, envuelta en llamas negras. No era humano. No era demonio. Era algo más antiguo.
—El Despertado… —susurró la mujer, cayendo de rodillas.
El monstruo levantó la cabeza. Su rostro era una mezcla de sombras y fuego líquido. Su voz retumbó como mil truenos.
—He dormido demasiado tiempo… ¿Quién osa invocarme?
La mujer intentó hablar, pero una fuerza invisible la destrozó en un instante. Su cuerpo se desintegró, absorbido por el mismo fuego que había liberado.
Emily retrocedió, empuñando su espada con ambas manos.
—Tyler, ¿qué es eso?
—Algo que nunca debió despertar —respondió él, su voz ronca, mientras extendía las manos y desataba todo su poder.
Las llamas lo envolvieron por completo, chocando contra la oscuridad del ser recién nacido. El puente se partió en dos. Rocas volaron, el río rugió, el cielo se tiñó de rojo.
Emily saltó entre los escombros, atacando sin descanso, buscando un punto débil. Su espada impactó contra la piel ardiente de la criatura, pero el golpe fue inútil: el ser ni siquiera se inmutó.
—No puede morir —dijo Tyler, conteniendo la furia—. Solo puede ser sellado de nuevo.
—¿Cómo?
—Con sangre… —Tyler la miró a los ojos—. Con la tuya y la mía.
Emily entendió. El vínculo. El lazo que los unía desde el principio.
Tyler extendió una mano hacia ella.
—Confía en mí, Emily.
Ella asintió, sin dudar. Tomó su mano, y al instante sintió el fuego recorrerle las venas. La sangre de ambos comenzó a mezclarse, uniendo sus almas. El poder que emergió fue devastador.
El ser rugió, sintiendo el sello formarse. Emily y Tyler alzaron sus manos al mismo tiempo, pronunciando las palabras que Lyria había dejado grabadas en su memoria:
—“Por la sangre que une, por la sombra que protege, dormirá el fuego eterno.”