Sombras Eternas

Capitulo 2: Ecos en la penumbra.

El sol se había escondido tras las colinas que rodeaban Ashwood, y la ciudad empezaba a sumergirse en el crepúsculo, esa hora mágica donde el día se despide y la noche alza su oscuro manto. Elena se encontraba en su habitación, con la mirada fija en el horizonte que la ventana enmarcaba como un cuadro vivo. El viento susurraba entre las hojas de los árboles, como si tratara de contarle secretos que solo los viejos entendían.

Pero Elena ya sabía que había secretos demasiado profundos, tan antiguos como las piedras de la ciudad, que se resistían a permanecer enterrados. Había sentido la corriente invisible que la atraía hacia un mundo de sombras y eternidad, y aunque intentaba resistirse, algo en su interior la empujaba hacia adelante, hacia lo desconocido.

Aquella tarde había tenido una conversación tensa con Stefan, en la que las palabras se habían quedado suspendidas entre ellos como cuchillos afilados. Él le había contado fragmentos de su pasado, de cómo la noche podía ser tanto refugio como prisión, y de las batallas silenciosas que libraban contra fuerzas que se escapan a la comprensión humana.

— No puedes simplemente esconderte en la luz, Elena — le había dicho Stefan—. La oscuridad es parte de ti, y antes o después tendrás que abrazarla para sobrevivir.

Elena había sentido cómo una mezcla de miedo y fascinación se enroscaba en su pecho. No sabía qué camino tomar, pero la certeza de que todo estaba a punto de cambiar la envolvía como una neblina implacable.

Esa noche, mientras la ciudad dormía, Elena salió a caminar. Sus pasos la llevaron al borde del bosque que rodeaba Ashwood, un lugar prohibido por leyendas que hablaban de desapariciones y presencias inexplicables. Pero ella sentía que allí, entre los árboles oscuros y los susurros del viento, podría encontrar respuestas.

El bosque estaba envuelto en sombras profundas, y el aire olía a tierra mojada y hojas secas. Cada crujido de rama, cada susurro de la noche, parecía un eco de antiguas historias que se repetían en un ciclo eterno.

De repente, una figura apareció entre los árboles. Era Damon, su presencia tan imponente como siempre, con una sonrisa que desafiaba a la oscuridad misma.

— Te estaba buscando — dijo, con una voz que parecía un canto prohibido.

Elena sintió que el corazón le latía con fuerza, entre miedo y deseo.

— ¿Por qué me sigues? — preguntó con voz temblorosa.

— Porque eres la clave — respondió Damon—. Y porque hay cosas que sólo puedo mostrarte yo.

Él la tomó de la mano y la condujo más adentro, donde la luna apenas iluminaba el camino. Allí, bajo la bóveda de estrellas, Damon comenzó a revelar un mundo oculto, una realidad que rompía las reglas del tiempo y del espacio.

Le habló de los antiguos pactos, de la eterna lucha entre vampiros, hombres y sombras. Le contó sobre su propia condena, una maldición que cargaba con siglos de sangre y soledad. Pero también le ofreció poder y libertad, una vida sin cadenas ni miedo.

Elena escuchaba, fascinada y aterrada. Sentía que el suelo bajo sus pies se desvanecía, que estaba a punto de caer en un abismo del que no podría regresar.

Mientras tanto, Stefan, desde la distancia, observaba con dolor la creciente influencia de Damon sobre Elena. Sabía que su hermano representaba un peligro, pero también entendía que la oscuridad no se podía negar ni evitar.

Una noche, Stefan decidió confrontar a Damon. Se encontraron en un antiguo cementerio, bajo la luz tenue de una luna menguante. El silencio entre ellos era denso, cargado de rencores y verdades ocultas.

— No la toques — dijo Stefan con voz firme—. Elena no es un juguete para tus juegos.

Damon sonrió con arrogancia.

— Siempre tan protector, Stefan — replicó—. Pero ella debe decidir por sí misma. No podemos controlarla, por mucho que queramos.

La tensión escaló hasta rozar la violencia, pero un ruido lejano los interrumpió, recordándoles que en Ashwood había fuerzas más oscuras que sus disputas.

En los días que siguieron, Elena se sumergió en la escuela y en su vida cotidiana, intentando aferrarse a la normalidad. Pero las miradas furtivas de sus compañeros, los susurros que parecía captar a su alrededor, le recordaban que nada volvería a ser igual.

Un profesor nuevo, el Sr. Graves, comenzó a mostrar un interés particular por ella. Su mirada penetrante y sus preguntas indirectas la ponían nerviosa, pero había en él una aura misteriosa que no lograba descifrar.

Durante una clase de literatura, el Sr. Graves mencionó una leyenda antigua sobre un linaje marcado por la sangre y la luna, una historia que resonó con una extraña familiaridad en Elena.

Después de la clase, el profesor se acercó a ella.

— A veces, la historia esconde más de lo que revela — dijo en voz baja—. Ten cuidado con lo que buscas, Elena.

Ella apenas pudo responder, sintiendo que el mundo se cerraba a su alrededor.

Una noche, mientras Elena dormía, una sombra se deslizó por su ventana abierta. Era Iker Pierce, el hermano menor de Katherine Pierce, cuya aparición sería decisiva para el destino que se avecinaba.

Iker no era un vampiro común; había pasado siglos oculto, acumulando un conocimiento oscuro y un poder que pocos podían imaginar. Su mirada era fría y calculadora, pero también había en ella un rastro de tristeza infinita.

Iker se acercó a Elena y susurró su nombre con una voz que parecía venir de otro tiempo.

— El camino que eliges no solo afectará a tu mundo, sino a todos los que te rodean — advirtió—. Y yo he venido a asegurarme de que entiendas las consecuencias.

Antes de que Elena pudiera reaccionar, la sombra desapareció, dejando tras de sí una sensación de frío que la atravesó hasta los huesos.

Elena despertó sudando, con el corazón desbocado, y comprendió que la llegada de Iker Pierce era solo el preludio de una tormenta mucho más intensa.

En Ashwood, las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero el cuadro final era oscuro e incierto.



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En el texto hay: vampiros, humana

Editado: 05.08.2025

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