La lluvia había cesado, dejando tras de sí un aire pesado, cargado de humedad y misterio. Elena caminaba sin rumbo fijo por las calles de Ashwood, tratando de ordenar las piezas del rompecabezas que ahora dominaba su vida. Katherine y Iker, con sus intenciones veladas y su poder oscuro, habían desatado una corriente imparable que la arrastraba hacia un destino que parecía inevitable.
Pero mientras la ciudad dormía, los ecos de un pasado enterrado comenzaban a despertar con fuerza, y con ellos, secretos que ninguno de ellos estaba preparado para enfrentar.
Esa noche, Stefan la llevó a un lugar oculto, un santuario antiguo en lo profundo del bosque, protegido por símbolos arcanos y magia ancestral. Allí, la historia de los Salvatore y los Pierce se entrelazaba con la propia Ashwood, y Elena comprendió que su sangre llevaba la marca de una guerra que había comenzado mucho antes de su nacimiento.
— Este lugar es un refugio — explicó Stefan—. Aquí podrás conocer quién eres realmente y por qué eres tan importante.
Mientras caminaban entre los árboles milenarios, la luna iluminaba un altar cubierto de runas. Stefan tocó una de ellas y una luz tenue emergió, proyectando imágenes en el aire: escenas de batallas antiguas, pactos rotos y rostros familiares.
Elena vio a una mujer con cabello oscuro y ojos intensos, idéntica a Katherine, enfrentándose a una figura misteriosa que parecía ser Iker, pero más joven y feroz. La historia hablaba de una traición que dividió a los hermanos y selló su destino.
— Ellos lucharon por un poder que no podían controlar — dijo Stefan—. Y ahora ese poder vuelve a despertar.
Mientras tanto, Damon seguía su propio camino, consumido por la desesperación y el deseo de proteger a Elena a cualquier precio. En las calles de Ashwood, cazaba sombras y fragmentos de verdad, enfrentándose a fantasmas del pasado y a sus propios demonios internos.
En un encuentro con un viejo aliado, Damon recibió un mensaje inquietante: Katherine planeaba un golpe que podría destruir no solo a Elena, sino a todos los que se interpusieran en su camino.
— Esto no es solo una lucha por poder — advirtió Damon—. Es una guerra por el alma de Ashwood.
En su búsqueda de respuestas, Elena comenzó a experimentar visiones más intensas, flashes de un tiempo remoto donde su antepasada, una mujer llamada Isabela, jugaba un papel crucial en la guerra entre humanos y seres sobrenaturales. En sus sueños, Isabela le hablaba con una voz suave pero firme, instándola a aceptar su destino y a prepararse para la tormenta que se avecinaba.
Una noche, al regresar a casa, Elena encontró a Katherine esperándola en el umbral, con una sonrisa enigmática.
— Ven conmigo — dijo—. Hay cosas que debes saber, verdades que solo yo puedo revelarte.
Contra todo instinto, Elena aceptó.
Katherine la llevó a una mansión antigua, oculta en las colinas, donde el tiempo parecía haberse detenido. Allí, entre espejos antiguos y muebles cubiertos de polvo, la historia de su linaje se desplegó como un libro abierto.
— Nuestra familia está marcada por la eternidad — explicó Katherine—. Y tú eres la heredera de ese legado.
Pero también le advirtió del precio: la inmortalidad y el poder siempre vienen con cadenas invisibles.
Mientras Elena luchaba por entender su destino, Iker vigilaba desde las sombras, planeando su próximo movimiento. Su lealtad estaba dividida, atrapada entre el amor fraternal y una oscuridad que amenazaba con consumirlo.
— El equilibrio se rompe — murmuró—. Y cuando lo haga, nadie estará a salvo.
El capítulo concluye con Elena de pie en la cima de una colina, mirando las luces lejanas de Ashwood, consciente de que el pasado y el futuro estaban a punto de chocar, y que solo ella podía decidir qué camino tomar.
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Editado: 05.08.2025