Sombras eternas:cuatro relatos de terror en Hollow Creek.

Historia 2:La muñeca de la ventana

Capítulo 6 – La aparición de muñeca

El 31 de octubre caía sobre Hollow Creek como un velo de seda podrida, con calabazas hinchadas en los porches que goteaban jugo anaranjado como sangre coagulada, y el viento aullando entre las ramas desnudas como un coro de niños ahogados. Emma Hale, maestra de primaria de 32 años que había regresado al pueblo huyendo de un divorcio que la dejó con cicatrices invisibles en el alma y un útero vacío que aún dolía como un eco de pérdida, se asomaba cada Halloween a su ventana como un ritual masoquista. Y allí estaba, como siempre: la muñeca de porcelana. En la casa abandonada al final de la calle, un caserón victoriano con postigos colgantes como párpados caídos y vigas que crujían solas en las noches de tormenta, una figura diminuta se recostaba contra el cristal superior de la buhardilla, inmóvil bajo la luna menguante que sangraba plata fría.Vestida de encaje amarillento que se adhería a su piel de porcelana agrietada como venas bajo cristal, la muñeca tenía ojos de botón negro que brillaban con un fulgor interno, como pupilas dilatadas por un terror eterno. Su cabeza ladeada sugería curiosidad inocente, pero Emma sentía el pinchazo inicial de miedo: un frío que se colaba por las rendijas de su ventana, enroscándose en su pecho como dedos diminutos de porcelana arañando desde dentro, crujiendo con un sonido seco como huesos infantiles partiéndose. "Solo una vieja basura", murmuró, pero su voz salió temblorosa, y el viento llevó las palabras de vuelta, devolviéndolas como un eco infantil: Mírame... juega... cruje conmigo... Juró que la cabeza de la muñeca se inclinó un milímetro, un crujido audible filtrándose a través del vidrio, como porcelana resquebrajándose bajo presión. El terror la erizó la piel, sudor helado resbalando por su espalda, mezclado con una curiosidad malsana que le recordaba a sus alumnos: esos ojos grandes que devoraban secretos. En Hollow Creek, las leyendas decían que ignorar lo extraño lo hacía más fuerte, y Emma, con su corazón aún roto por un marido que "nunca la vio de verdad", no podía apartar la mirada. La noche se espesó, y los ojos de botón parecieron parpadear... o llorar lágrimas de grietas finas, como si la porcelana llorara sangre invisible.




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