Sombras eternas:cuatro relatos de terror en Hollow Creek.

Capítulo 7: El acercamiento

La curiosidad ganó al amanecer, cuando el sol se filtraba rosado y traicionero, pintando la casa abandonada con sombras que se estiraban como grietas en porcelana. Emma cruzó la calle con una linterna en el bolsillo y una excusa endeble —solo para confirmar que es inofensiva—, pero su pulso traicionaba la mentira, latiendo en las sienes como un tambor de ejecución infantil, sincronizado con un crujido lejano que juró oír desde la buhardilla. La verja de hierro forjado cedió con un gemido oxidado, enredaderas marchitas arañando sus jeans como uñas pequeñas y desesperadas, dejando surcos que ardían como porcelana astillada. Empujó la puerta principal, y el interior la golpeó como un aliento rancio: aire viciado, cargado de polvo que danzaba en espirales perezosas y un olor a leche agria, como si fantasmas de niños hubieran dejado sus biberones a fermentar en rincones olvidados, mezclado con el hedor sutil de arcilla húmeda y crujidos –porcelana pudriéndose desde dentro–. El suelo crujió bajo sus botas, cada paso un eco de pisadas menudas que la seguían, invisibles pero presentes, como deditos de muñeca pisoteando astillas.

Subió las escaleras, peldaños que gemían como bisagras de ataúdes, y la tensión se enroscó en su pecho como alambre de púas, clavándose con cada aliento. Flashback: su propia infancia en Hollow Creek, jugando con muñecas de porcelana que "hablaban" en sueños febriles, una que se rompió en su mano y le cortó la palma, sangrando como si la muñeca llorara a través de ella; su madre susurrando: "No mires las ventanas de noche, o te llevarán –y su porcelana te arañará el alma". En la buhardilla, la puerta se abrió sola con un suspiro húmedo, revelando un espacio atestado de reliquias mohosas: baúles con bisagras rotas, telarañas que palpitaban como venas vivas, y allí, en el alféizar de la ventana, la muñeca de porcelana. Emma se acercó, el aliento empañando el vidrio sucio, y entonces... se movió. Un parpadeo sutil: los ojos de botón giraron con un clic audible, como porcelana resquebrajándose, enfocándola como cañones diminutos, y un susurro brotó del aire quieto, como voces de coro lejano filtrándose de las grietas en su rostro blanco: Juega... conmigo... mamá... cruje...

El miedo la clavó en el sitio, un nudo en la garganta que sabía a bilis y caramelos rancios, y sintió un picor en la piel de los brazos, como si grietas finas se abrieran bajo su carne. Retrocedió, tropezando con un baúl que se abrió solo, revelando fotos descoloridas de niños con sonrisas idénticas a la de la muñeca —rostros pálidos, ojos hundidos, desaparecidos en Halloweens pasados, sus pieles agrietadas como porcelana rota—. La puerta de la buhardilla se cerró con un chasquido suave, como un beso traicionero de labios fríos, y el picor en su piel se intensificó: arañazos invisibles, como manitas de porcelana explorando su carne desde dentro, dejando surcos que sangraban con un fluido lechoso, como leche agria de grietas. "Solo imaginación", jadeó, pero el susurro creció, un gorgoteo húmedo que olía a tierra de fosa y arcilla fresca: Quédate... o llévame... mi porcelana es tuya...




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