Sombras eternas:cuatro relatos de terror en Hollow Creek.

Capítulo 8:Enfrentamiento sobrenatural

El pánico la impulsó a agarrar la muñeca, sus dedos cerrándose alrededor del torso de porcelana fría que vibró como un corazón latiendo ajeno. Al tocarla, un torrente de frío la invadió como un río de hielo negro: visiones fugaces perforaron su mente, no sueños, sino recuerdos robados. Niños en la buhardilla, hace décadas —manitas extendidas hacia la muñeca, risas convirtiéndose en gorgoteos ahogados mientras sombras infantiles las devoraban, sus almas succionadas hacia los ojos de botón como moscas en miel podrida—. La muñeca contenía espíritus, no uno, sino docenas: almas de pequeños desaparecidos en noches de Halloween, atrapados en su encaje raído como insectos en ámbar agrietado, sus voces un caos de llantos y risas que le taladraron el cráneo como clavos oxidados. ¡Libéranos! ¡Quédate con nosotras! ¡Juega eterno!

Sombras se alzaron de las grietas del suelo, formas retorcidas y diminutas con ojos hundidos en cuencas de porcelana rota, arañando el aire con uñas invisibles que le rasgaron la piel de los brazos —cortes finos, sangrantes, que ardían como ácido infantil—. La sangre brotó en hilillos rojos, y la muñeca la lamió con un hilo de encaje que se extendió como lengua, bebiendo con avidez. Las puertas de la casa se cerraron solas, un estruendo de madera que sellaba su tumba improvisada, y la buhardilla se llenó de un viento espectral que olía a caramelos rancios, lágrimas saladas y algo más... excremento de miedo, el hedor primal de almas atrapadas. Emma gritó, forcejeando con la muñeca que ahora se retorcía en su puño como un animal herido, sus botones clavándose en su palma como dientes diminutos, liberando un pulso que sincronizaba con su corazón: Somos tú ahora. Tu vacío nos alimenta.

El terror era un velo rojo que nublaba su visión: visiones de su boda fallida superpuestas a los niños, su ex como una sombra que la "devoraba" emocionalmente, y ahora esto —la muñeca susurrando sus secretos más oscuros. No pudiste salvar a tu bebé no nacido... únete a nosotras. Emma sintió un tirón en el vientre, un vacío helado que se expandía, como si los espíritus exploraran su útero vacío con deditos fríos. Las sombras se multiplicaron, manitas fantasmales enredándose en su cabello, tirando con fuerza que le arrancó mechones, y el coro de voces se volvió personal: Mamá... jugaste mal... quédate para siempre. Ella arañó el aire, uñas rompiéndose contra porcelana invisible, y el suelo bajo sus pies se agrietó, liberando un aliento fétido de tumbas infantiles.




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