Sombras eternas:cuatro relatos de terror en Hollow Creek.

Capítulo 12: Atrapar al huesped

A las 00:01, el hotel mutó. Jack, incapaz de dormir, salió al pasillo en busca de la recepción, pero el corredor se había elongado: puertas que antes eran diez ahora se perdían en un laberinto infinito, numeradas al azar —13, 7, 13 otra vez—, con pomos que giraban solos bajo su toque, revelando habitaciones idénticas a la suya, pero con la cama deshecha y manchas frescas en las sábanas. —¡Maldita sea! —gritó, el eco devolviéndole su voz multiplicada, como un coro de ahogados. El aire se espesó, cargado de ese hedor a tabaco y perfume, ahora mezclado con un matiz metálico: sangre, quizás, o el óxido de cadenas invisibles.

Golpeó una puerta —la 12, juraba—, y del otro lado, un jadeo ronco: —¡Ayúdame! ¡Es él, el huésped eterno! Me atrapa cada medianoche, me arrastra al espejo. —Jack abrió de un tirón, pero el cuarto estaba vacío: solo un espejo roto en el suelo, fragmentos reflejando pedazos de su rostro —un ojo, una boca gritando—. Risas ahogadas brotaron de las grietas, bajas y burlonas, y el pasillo se curvó, paredes inclinándose como entrañas contraídas. Corrió, el corazón un puño en el pecho, sudor cegándolo, pero cada vuelta lo devolvía al lobby: el reloj aún en medianoche, el recepcionista reaparecido, sonriendo con dientes amarillos.

—Señor Harlan, el huésped le invita a quedarse. Ha leído su diario, sabe sus pecados.

El terror creció como hiedra venenosa: manos invisibles —frías, huesudas— rozaron su nuca, guiándolo de vuelta a las escaleras que ahora descendían a pozos negros. Flashback: su divorcio, la esposa susurrando —eres un extraño en tu propia casa— y Jack sintió el tirón en las tripas, un hambre ajena que lo hacía salivar con sabor a hierro. En el pasillo superior, espejos improvisados —en las puertas, en charcos de agua sucia— lo reflejaban distorsionado: piel palideciendo, venas negras ramificándose bajo los ojos, como si el huésped se filtrara en su carne. —¡Sal de aquí! —rugió a uno, pero el reflejo extendió la mano primero, dedos atravesando el vidrio con un chasquido húmedo, rozando su muñeca en un beso gélido que dejó marcas rojas.

El hotel respiraba ahora: paredes pulsando, luces parpadeando en código Morse de auxilio que nadie oía. Jack se acorraló en una alcoba, jadeando, y encontró un fragmento de la libreta del 1925: "El ciclo es hambre. Él come recuerdos primero, luego el cuerpo. Corre, pero las medianoches son eternas." Los pasos lo rodearon, un círculo de arrastres que olían a tierra de fosa, y el susurro se volvió coral: Huésped... devora... únete.




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