De vuelta en la habitación 13 —o lo que quedaba de ella, con paredes que sangraban óxido—, Jack se derrumbó frente al espejo principal, su superficie ondulando como agua estancada en un pozo de almas. No era su rostro el que devolvía la mirada: era el del huésped, ceniciento y demacrado, con labios agrietados curvados en un rictus de bienvenida eterna. —Bienvenido al ciclo —siseó la figura, su voz un eco múltiple que reverberó en las costillas de Jack, como clavos hundiéndose en madera viva.
—Yo fui tú en 1925, huyendo de deudas y demonios. Tú serás yo para el próximo. Mira: tus recuerdos son míos ahora.
El vidrio se agrietó con un susurro sibilante, y visiones brotaron como veneno: Jack vio su infancia en moteles cutres, el padre golpeando paredes en sueños ebrios; su boda, la esposa riendo antes de que el "extraño" en él la ahuyentara; deudas acumuladas en habitaciones como esta, firmando contratos con tinta que olía a promesas rotas. El huésped rio, un sonido que le perforó los oídos, y una mano fría —sólida ahora, con uñas amarillas— brotó del espejo, clavándose en su pecho como un gancho helado. El dolor fue exquisito: no carne rasgada, sino alma deshilachada, recuerdos arrancados como hilos de un tapiz.
Jack forcejeó, arañando el marco hasta que sus uñas se astillaron y sangraron, gotas tiñendo el vidrio que las bebió con avidez.
—¡No! —¡Soy yo! —gritó, pero el huésped tiró, arrastrándolo hacia el otro lado: un limbo de medianoches infinitas, donde huéspedes pasados flotaban como espectros, rostros idénticos al suyo —pálidos, ojos vacíos— extendiendo manos suplicantes. Únete. El ciclo devora solos. Con un alarido que partió la noche, Jack se hundió en el espejo, su cuerpo convulsionando en el suelo real mientras su eco tomaba el control: piel estirándose sobre huesos ajenos, ojos hundiéndose en cuencas que no parpadeaban.
Afuera, la niebla se arremolinaba, y un nuevo coche aparcó a las 23:45, faros cortando la bruma como cuchillos. El recepcionista —ahora con el rostro de Jack, torcido en esa sonrisa sin dientes— reapareció en el lobby, entregando la llave con dedos temblorosos. —Habitación 13. No salga después de las doce. El ciclo de Hollow Creek devoraba otro más, y en los espejos del hotel, Jack observaba, esperando al siguiente con un hambre que nunca se saciaba. La medianoche eterna susurraba: Bienvenido a casa, huésped. Los pasos son tuyos ahora.