Sombras eternas:cuatro relatos de terror en Hollow Creek.

Capítulo 16:El robo de las sombras

Los días se volvieron un tapiz de dudas. Elias notó primero los cambios sutiles: sus herramientas de anticuario desaparecían, solo para reaparecer en el reflejo del espejo, como si el mundo invertido las reclamara.

—Debo estar envejeciendo —bromeaba, pero su risa sonaba hueca, y en el espejo del baño, su rostro parecía... prestado, con ojeras que se profundizaban solas. Lila, en la escuela del pueblo, sentía ojos sobre ella: los niños susurraban sobre la chica del espejo maldito, leyendas que fluían como niebla de bocas pequeñas. Una tarde, al cepillarse el cabello frente al espejo del dormitorio, vio su reflejo guiñarle un ojo. No el suyo. Retrocedió, el cepillo cayendo con un clac, y corrió al salón.

—Papá, tenemos que quitar eso de la pared.

Elias la miró, su rostro demacrado bajo la luz mortecina. —No seas supersticiosa. Mira, Theo está fascinado. Y lo estaba: el niño se escabullía ahora al salón, hipnotizado. Esa noche, Lila oyó risas ahogadas desde abajo. Bajó sigilosa, linterna en mano, y encontró a Theo frente al espejo, sus deditos presionando el vidrio. En el reflejo, jugaban dos Theos: el real, pálido de miedo, y el otro, danzando con una alegría salvaje, saltando sobre un charco de lo que parecía sangre.

—¡Mira, Lila! —¡Tengo un amigo! El reflejo se volvió hacia ella, sonriendo con dientes que goteaban rojo. —Únete, hermana. Abigail dice que las familias deben estar completas.

Lila arrancó a Theo de allí, su piel ardiendo donde tocó el marco —quemaduras en forma de enredaderas, como las tallas—. Elias, despertado por los gritos, vio las marcas y palideció.

—Dios mío... —¿Qué es esto? —Juntos, intentaron cubrir el espejo con una sábana, pero el tejido se deslizó solo, como repelido por un aliento invisible. Esa medianoche, los susurros se volvieron palabras: Crowe... Crowe... devuélveme mi rostro... El aire vibró, y en el vidrio, apareció Abigail: no un reflejo, sino una proyección etérea, su piel ampollada por el fuego, ojos pozos que absorbían la luz. —El espejo no miente. —Siseó, su voz un viento que olía a humo y cenizas. —Robé mi alma para escapar de la hoguera. Ahora, robo vuestras sombras. —Dadme una, o os llevaré a todas. —El salón se enfrió, y Theo gritó: su sombra en la pared se estiró sola, hacia el espejo, como si fuera succionada.




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