En la ciudad de Lunaris, donde los dragones dormían bajo los túneles del metro y los humanos ignoraban la magia que respiraban, ella lo conoció.
Él era un vampiro de mirada antigua, tan silencioso como la noche que lo amparaba; ella, una bruja de fuego, marcada por la luz. Dos almas que jamás debieron cruzarse.
El destino, caprichoso, los unió en medio de una guerra que ninguna especie admitía, pero todos temían. Él debía cazar a los suyos; ella, proteger a los suyos. Sin embargo, cada encuentro entre ellos dejaba una grieta en las reglas que los separaban.
—Tu magia huele a peligro —susurró él una vez, rozando su mano sin atreverse a tocarla.
—Y la tuya a eternidad —respondió ella, sonriendo con tristeza.
En los cielos, los dragones despertaban, anunciando el regreso del Reino Sombrío. Las calles se llenaban de señales antiguas, y el Consejo prohibió cualquier unión entre razas. Aun así, cuando la noche los envolvía, sus corazones seguían el mismo hechizo: el de amar lo imposible.
Sabían que algún día serían descubiertos. Que la magia que los unía podría destruirlos o salvar al mundo entero.
Pero mientras las estrellas los cubrieran, seguirían desafiando al destino, aunque el precio fuera arder en las sombras.