El amanecer llegó sin sol.
Solo una bruma rojiza cubría el horizonte, mientras el dragón avanzaba sobre las montañas del norte. Su fuego, tenue y constante, era lo único que rompía la oscuridad.
Lyra se aferraba al lomo del dragón, el viento golpeándole el rostro. A su lado, Dante observaba el paisaje desolado con una expresión que oscilaba entre la fascinación y el recuerdo.
Bajo ellos se extendía lo que alguna vez fue el Reino Caído, hogar de las primeras alianzas entre razas, antes de que el Consejo borrara toda mención de aquella era.
—Aquí comenzó todo —dijo Lyra, con voz baja.
—Y aquí terminó —respondió Dante, mirando las ruinas cubiertas de polvo.
Aterrizaron en el centro de lo que quedaba de un templo antiguo. Las columnas rotas estaban grabadas con símbolos que mezclaban fuego, sangre y sombra.
Cuando Lyra pasó su mano sobre las runas, estas se encendieron, despertando un resplandor dorado.
—Reconocen tu linaje —susurró Dante.
—No… reconocen el tuyo —contestó ella.
El suelo tembló. Una corriente de energía los envolvió, mostrando visiones: imágenes de otra época.
Brujas de fuego y vampiros de noche luchando juntos contra los demonios del abismo.
Dragones que juraban lealtad a ambos reinos.
Y en el centro… una pareja. Una bruja y un vampiro, unidos por un pacto de sangre y magia.
El eco de su juramento resonó entre las ruinas:
“De nuestra unión nacerá el equilibrio. Si alguna vez el amor entre especies se apaga, el mundo arderá en su propio miedo.”
Lyra retrocedió, temblando.
—Dante… esa profecía… —
—Lo sé. Habla de nosotros.
El dragón agitó las alas, inquieto. Las brasas de su respiración crearon destellos en las paredes, revelando inscripciones ocultas:
“Los descendientes del pacto serán temidos, porque su sangre romperá las leyes de los reinos.”
Dante bajó la mirada.
—Por eso el Consejo teme tanto la emancipación. No fue prohibida por odio, sino por miedo. Temen lo que puede nacer de ella.
—O lo que ya nació —susurró Lyra, tocándose el amuleto. Este ardía, respondiendo al pulso del corazón de Dante.
Entonces el silencio se rompió con un rugido lejano.
Desde las sombras del templo, emergieron figuras encapuchadas. No eran demonios. No del todo.
Sus ojos brillaban con una mezcla de fuego y oscuridad.
—Son híbridos… —dijo Dante, en voz baja—. Descendientes de la antigua unión.
Uno de ellos dio un paso al frente.
—Los llamaban traidores —dijo la criatura, con voz doble—. Pero somos los hijos del equilibrio que el Consejo quiso borrar. Y ustedes... ustedes son la señal del regreso.
El dragón rugió, el fuego iluminando los símbolos una última vez.
Lyra miró a Dante, sintiendo que el aire entre ambos ardía más que las llamas del dragón.
Ahora entendía por qué su magia y la oscuridad de él se atraían con tanta fuerza: eran el eco de un amor ancestral, el mismo que había sostenido al mundo antes de su caída.
Y el Consejo… lo sabía.
El destino de los reinos había comenzado a cambiar.
Ya no por guerra, sino por amor.
Un amor que el fuego no podría destruir.