Sombras que arden

Capítulo 7 — Vínculos de sombra y fuego.

Las ruinas del Reino Caído ya no eran solo un refugio.
Eran un corazón palpitante que respiraba al ritmo de dos almas.
Desde el amanecer, Lyra y Dante habían intentado comprender la naturaleza del lazo que los unía. El fuego respondía a sus emociones, y la oscuridad a sus pensamientos, como si el universo se hubiera confundido al decidir a quién obedecer.

Lyra extendió la mano hacia una de las runas encendidas.
El resplandor siguió su movimiento, formando un círculo perfecto que solo se completó cuando Dante se acercó a su lado.
La piedra tembló suavemente.
—Nos está reconociendo como uno solo —dijo él, en voz baja.
—Como lo hicieron con los antiguos —respondió ella, sin apartar la vista.

Una corriente cálida los envolvió.
Cuando Lyra cerró los ojos, sintió los pensamientos de Dante cruzar el aire como susurros. No eran palabras, sino emociones: una mezcla de calma, melancolía y algo más profundo que el deseo.
Protección.

—Puedo sentirte —dijo ella, sorprendida.
—Y yo puedo verte sin mirar —susurró él.

El hechizo que los unía ya no era un secreto entre ellos; era una energía viva, que respiraba con su cercanía. Pero ambos sabían lo peligroso que era.
El Consejo había prohibido incluso los rituales de unión entre especies, y el fuego que los rodeaba dejaba huellas que podían ser rastreadas.

Esa tarde, mientras el dragón dormía entre las montañas, Dante escuchó murmullos a través del viento.
Las sombras traían rumores desde el sur:
“Una bruja y un vampiro fueron vistos juntos. La magia del fuego mezclada con la noche. Señales antiguas. Ecos del pacto perdido.”

Lyra también había notado algo. Su espejo de comunicación —una reliquia del Concilio de Brujas— se encendía cada noche con advertencias:

> ‘Se han detectado fluctuaciones mágicas irregulares en el norte. Manténganse alerta. No confíen en los vampiros.’

Ella apagó el espejo sin responder.
Sabía que si confesaba dónde estaba y con quién, sería condenada.

—Nos están buscando —dijo finalmente, mientras observaba la línea del horizonte.
—Entonces tendremos que aprender a ocultar lo que somos… y lo que sentimos —respondió Dante.

Pero cuando sus manos se rozaron, el aire volvió a brillar.
El fuego del templo se elevó como una llama consciente, danzando entre ambos. En su interior aparecieron fragmentos de visiones: el pasado, el presente, y algo que aún no había ocurrido.
Ellos dos, rodeados de luz, de pie frente al Consejo.
El fuego no los consumía. Los protegía.

Lyra tragó saliva.
—El hechizo… nos está mostrando el futuro.
—No —corrigió Dante—. Nos está dando una elección.

El dragón abrió los ojos desde su rincón, lanzando un resoplido que hizo vibrar el aire.
Lyra lo entendió al instante: el equilibrio estaba cambiando. Y cada noche que pasaban juntos, la frontera entre magia y amor se hacía más delgada.

En Lunaris, mientras tanto, las torres del Consejo comenzaron a brillar con un fulgor inusual.
El fuego antiguo había vuelto a despertar.
Y con él, los primeros rumores de un amor que podría incendiar los reinos.




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