Las campanas de Lunaris resonaron tres veces al amanecer.
Era la señal de una búsqueda sagrada.
El Consejo había ordenado una investigación sobre “actividades interraciales sospechosas” en los límites del Reino Sombrío.
Los mensajeros del día y los cazadores de la noche partieron en silencio, con una sola orden: encontrar a la bruja del fuego y al vampiro del norte.
Mientras tanto, en las cavernas bajo las montañas ardientes, Lyra despertó entre ecos y brasas apagadas.
El dragón dormitaba cerca, y Dante vigilaba desde la entrada, atento al más leve sonido.
—El aire está distinto —dijo él—. Alguien ha cruzado los límites del valle.
—El Consejo —susurró Lyra—. Han comenzado.
Sin embargo, algo más se movía entre las sombras.
Un grupo de figuras emergió del resplandor subterráneo.
Sus ojos brillaban en tonos imposibles: carmesí, dorado, violeta. Eran los exiliados; miembros de razas olvidadas por los tratados: demonios de fuego, dríades sin bosque, vampiros híbridos y hechiceros sin linaje.
Todos ellos, criaturas que el Consejo había llamado impuras.
Una de ellas, una mujer de piel gris y cabello plateado, se inclinó ante Lyra.
—Te estábamos esperando, hija del fuego. El ciclo vuelve a repetirse.
—¿Quién eres? —preguntó Dante, acercándose con cautela.
—Somos los guardianes del Libro de la Vida, aquel que guarda los nombres de los antiguos y el poder de los vínculos. Fue sellado cuando el Consejo impuso su ley.
La mujer extendió sus manos, y entre ellas apareció un tomo que ardía con una luz viva, como si respirara.
El dragón despertó y rugió suavemente.
Lyra sintió que el libro la llamaba por su verdadero nombre, aquel que solo las llamas conocían.
—¿Por qué a mí? —preguntó.
—Porque el fuego reconoce su destino —respondió el demonio más anciano—. Y porque solo tú puedes decidir si las especies seguirán separadas… o si el mundo volverá a arder unido.
Lyra tomó el libro.
La energía que emanó de él hizo vibrar la cueva entera.
Las runas antiguas se encendieron, mostrando visiones de batallas pasadas, de alianzas rotas, y de amores prohibidos que alguna vez unieron la magia y la oscuridad.
Entonces comprendió: su vínculo con Dante no era una casualidad, sino una repetición de algo que el Consejo había intentado borrar.
Dante la sostuvo antes de que cayera al suelo.
—¿Qué has visto?
—El principio… y el final de todo.
Afuera, los emisarios del Consejo ya habían llegado al valle.
El aire olía a guerra y a sospecha.
Mientras Lyra guardaba el Libro de la Vida bajo su capa, una llama azul marcó su piel, sellando un juramento antiguo.
El poder corría ahora por sus venas, un poder que podía liberar o destruir.
El demonio de ojos violetas habló una última vez:
—Cuídalo, bruja del fuego. Ese libro te hará poderosa… pero también será tu condena.
Cuando el grupo desapareció entre la niebla, Dante miró hacia el horizonte.
—El Consejo no tardará en encontrarnos.
Lyra apretó el libro contra su pecho.
—Entonces que vengan —dijo—. Ya no somos solo dos. Somos todos los que fueron olvidados.
Desde el cielo, el dragón rugió, extendiendo sus alas de fuego.
El amanecer teñía las montañas de rojo, presagio de la tempestad que estaba por comenzar.