El amanecer no llegaba igual desde que Lyra despertó el Libro de la Vida.
El cielo ardía en matices imposibles —rojos líquidos, azules que respiraban— como si los elementos respondieran a su existencia.
Desde lo alto del acantilado, entrenaba cada día en compañía de Dante y el dragón de fuego.
Su entrenamiento no era solo físico, sino espiritual.
El fuego obedecía a sus emociones; el agua, a su calma.
La tierra respondía a su fuerza interior y el aire, a su fe.
Dante la observaba con un respeto silencioso.
En ocasiones, sus ojos se cruzaban, y la energía del vínculo se encendía entre ambos, una corriente que mezclaba sombra y llama, deseo y temor.
Pero ninguno se atrevía a romper el equilibrio que los mantenía juntos y a salvo.
—Concéntrate, Lyra —le susurró Dante una mañana—. No controles el fuego. Déjalo fluir contigo.
Ella sonrió.
—Fácil decirlo cuando tú no tienes las manos en llamas.
El dragón rugió, divertido, y una ráfaga de viento sopló entre ambos.
Lyra cerró los ojos, extendió las palmas y tejió un arco de energía pura: fuego y agua, entrelazados en una danza perfecta.
Cuando terminó, el valle entero brillaba con destellos de vida.
Las flores brotaban sobre la piedra, el aire olía a lluvia y a ceniza.
—Lo lograste —dijo Dante, admirado.
—Aún no —respondió ella—. El libro me mostró que cada elemento es una voz. Y aún no he aprendido a escucharlas todas.
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Esa misma noche, un mensajero llegó al campamento.
Llevaba una túnica de viajero, pero sus ojos delataban el sello del Consejo.
Decía venir de parte de los exiliados, con noticias de alianzas.
Dante lo observó con recelo; Lyra, en cambio, lo recibió con cortesía.
—Dicen que el Consejo se aproxima —advirtió el forastero—. Quieren tu cabeza y el libro.
—Entonces tendrán que bajar al infierno a buscarla —respondió ella.
El hombre bajó la mirada, pero sus labios esbozaron una sonrisa fugaz.
Era una sonrisa demasiado tranquila.
—Hay algo más —agregó—. Uno de los tuyos ha hablado. Alguien contó al Consejo que la bruja del fuego aún vive… y que su corazón late junto al de un vampiro.
Dante dio un paso al frente, la mano en la empuñadura de su espada.
—¿Quién te dijo eso?
El hombre se encogió de hombros.
—Los rumores viajan más rápido que el viento.
Cuando se marchó, el dragón levantó el vuelo y desapareció entre las nubes.
Lyra sintió un escalofrío.
—Él miente —dijo Dante—. Pero su llegada no fue casual.
—Lo sé —respondió ella, mirando el horizonte—. El Consejo nos está espiando.
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Esa noche, cuando todos dormían, Lyra volvió al Libro de la Vida.
Las páginas se movían solas, mostrando un símbolo nuevo: un hilo oscuro entrelazado con los cuatro elementos.
> “Donde la sombra se une al fuego, nace el poder completo. Pero toda unión trae un precio.”
Lyra tocó el símbolo.
Una visión la envolvió:
Dante de rodillas, herido, y ella sosteniendo el libro mientras una voz gritaba su nombre desde la oscuridad.
Despertó sobresaltada, con lágrimas en los ojos.
El dragón dormía, Dante vigilaba desde afuera.
Ella lo observó un largo rato, con el corazón latiendo con fuerza.
Sabía que el amor que empezaba a florecer entre ambos no era solo un error… sino parte de una profecía que el Consejo temía.
Y en las sombras del bosque, el mensajero encapuchado reía en silencio.
Entre sus dedos sostenía un fragmento arrancado del Libro de la Vida.
Un trozo que Lyra jamás supo que faltaba.