El amanecer llegó teñido de rojo sangre.
El rugido del dragón retumbó en el cielo, presagio del enfrentamiento que todos temían.
Desde las torres del Consejo descendían luces negras —flechas de magia corrupta, hechas con el fragmento del Libro de la Vida.
Lyra sintió el golpe antes de verlo.
El aire se partió en dos, y una ola de energía oscura atravesó el valle.
El dragón rugió, cayó entre las montañas y la tierra se abrió bajo sus patas.
Dante corrió hacia ella, pero la explosión los separó.
—¡Lyra! —gritó.
El fuego la envolvió, y por un instante, todo fue silencio.
En lo alto, los ejércitos del Consejo avanzaban:
vampiros de la orden, hechiceros de hielo, demonios encadenados por juramentos de obediencia.
Y del lado opuesto, los exiliados, los híbridos y los olvidados, guiados por la bruja del fuego.
El aire olía a magia vieja, a fin del mundo.
Lyra emergió entre las llamas, su cuerpo herido, pero su mirada intacta.
El fuego ya no la quemaba: la sostenía.
A su lado, Dante apareció, cubierto de sangre, pero vivo.
El Consejo lanzó su último hechizo, un rayo de energía oscura alimentado por la página robada.
Lyra levantó sus manos, tejiendo los cuatro elementos a su alrededor.
Fuego, aire, agua y tierra giraron como una espiral viva.
—¡No más cadenas! —gritó.
El impacto los alcanzó a ambos.
Dante cayó de rodillas, una herida brillante cruzando su pecho.
Lyra corrió hacia él, pero su propia magia empezaba a desbordarse.
El Libro de la Vida flotó ante ella, y una voz emergió desde sus páginas:
> “Recupera lo perdido, y el ciclo se cerrará.”
En ese instante, el dragón descendió del cielo con las alas en llamas.
Entre sus garras traía la página robada.
La dejó caer frente a Lyra, chamuscada pero viva.
Ella la tomó con manos temblorosas.
El fragmento se encendió y volvió a unirse al libro como si nunca hubiera sido separado.
El valle entero se iluminó.
—Dante, mírame —susurró ella, arrodillándose junto a él.
Él apenas respiraba.
—Sabía que no debía tocarte —murmuró con una débil sonrisa—. El fuego siempre quema.
—Y la noche siempre vuelve —respondió ella—. Pero juntos… podemos crear el amanecer.
Lyra colocó el libro sobre su pecho.
Las páginas comenzaron a brillar, y una corriente de luz los envolvió a ambos.
El fuego y la sombra se fusionaron, sanando cada herida, cada fractura.
El poder del amor tejió la vida de nuevo.
Dante abrió los ojos, dorados por la energía de Lyra.
Ella lloró, pero no de miedo, sino de alivio.
El equilibrio había regresado.
El Consejo, viendo el resplandor que emanaba del valle, comprendió que su arma había fracasado.
Las especies se habían unido.
Los demonios, vampiros y brujas luchaban juntos por primera vez en siglos.
El fuego del dragón se mezcló con el viento, las raíces levantaron muros de tierra, y la lluvia purificó el campo de batalla.
El enfrentamiento se volvió justo, equilibrado, limpio.
Ya no era guerra… era renacimiento.
Lyra y Dante se alzaron entre la multitud, el Libro de la Vida flotando entre ellos como un corazón luminoso.
—No necesitamos destruirlos —dijo ella—. Solo recordarles lo que olvidaron.
Dante tomó su mano.
—El amor no rompe los tratados —susurró—. Los reescribe.
Y cuando la luz alcanzó las torres del Consejo, los viejos juramentos se deshicieron como humo.
El fuego ya no era castigo.
Era vida.
Esa noche, cuando el silencio volvió a cubrir los reinos, Lyra cerró el libro.
—El equilibrio está restaurado —dijo el dragón, inclinando su cabeza.
Ella sonrió.
—Por ahora.
Dante la abrazó por detrás, sus manos entrelazadas.
—¿Y si vuelve la oscuridad?
—Entonces volveremos a tejer —respondió ella—. Porque las sombras también arden.
El cielo se encendió con miles de estrellas.
Y por primera vez en siglos, los cuatro elementos respiraron al mismo ritmo.