El rugido del dragón aún resonaba entre las montañas cuando el fuego del valle se apagó.
El Libro de la Vida latía entre las manos de Lyra, pero su poder se desbordaba.
Cada palabra que emergía de sus páginas era una tormenta.
El aire olía a ozono, a miedo, a guerra.
Los ejércitos del Consejo no se habían rendido.
Los vampiros de sangre pura habían jurado recuperar el libro, los demonios de las sombras marchaban bajo órdenes antiguas, y las brujas del círculo del norte clamaban por su regreso.
La guerra no había terminado. Solo había cambiado de rostro.
Dante tomó la mano de Lyra.
—Ya no podemos quedarnos aquí —dijo con voz grave—. El Consejo rastrea su poder.
—¿A dónde iremos? —preguntó ella, jadeando.
—Al único lugar donde ninguna especie puede entrar sin invitación.
El dragón de fuego extendió sus alas, y ambos montaron.
Lyra abrazó a Dante, sintiendo el pulso de su corazón mezclarse con el suyo.
El cielo se abrió en una espiral carmesí, y el mundo pareció desvanecerse.
Atravesaron reinos prohibidos: mares de hielo, desiertos de cristal, nubes teñidas por la guerra.
Cada latido del Libro de la Vida era un faro que atraía a cazadores y espíritus antiguos.
Pero cuando el dragón descendió sobre un valle oculto, el mundo cambió.
Era un santuario cubierto de niebla.
El aire era pesado, inmóvil, como si el tiempo no existiera allí.
—¿Dónde estamos? —susurró Lyra.
—En el Refugio del Linaje —respondió Dante—. El hogar de mi madre.
La mansión surgía entre los árboles oscuros, rodeada de un círculo de fuego azul que ningún ser podía cruzar sin permiso.
Una figura los esperaba en la entrada: alta, elegante, con ojos del color del ámbar antiguo.
El viento se detuvo cuando habló.
—Así que la bruja de las llamas vive… —dijo con voz serena, aunque sus palabras cargaban siglos de poder.
Dante inclinó la cabeza.
—Madre. Ella salvó mi vida.
—¿Y tú la traes aquí, al único lugar que aún no ha sido profanado?
Lyra sintió la mirada de la mujer atravesarla.
No había odio, sino juicio.
Una especie de respeto antiguo mezclado con advertencia.
—Sé quién eres, Lyra del fuego —dijo la madre de Dante—.
Tu nombre está en los antiguos registros. Las tejedoras fueron exterminadas… o eso creíamos.
Lyra bajó la mirada.
—No elegí lo que soy —respondió con voz firme—. Pero no dejaré que el Consejo destruya lo poco que queda de nosotros.
El silencio fue largo, casi insoportable.
Luego, la madre de Dante sonrió apenas.
—Hablas como alguien que ha visto demasiado.
Su mirada se volvió hacia su hijo.
—Sabes que aquí está a salvo, pero su presencia traerá ecos del pasado que intenté enterrar.
Esa noche, mientras la lluvia golpeaba los ventanales, Lyra y Dante se refugiaron en la biblioteca ancestral.
El Libro de la Vida descansaba sobre un altar de piedra.
Sus páginas se movían solas, susurrando palabras que ninguno de los dos entendía.
—Mi madre oculta algo —dijo Dante, observando el fuego.
—Sí —respondió Lyra—. Lo sentí en su magia. Es antigua… y no del todo demoníaca.
El fuego chispeó.
Entonces una voz suave, pero firme, los sorprendió desde la penumbra.
—No todos los secretos mueren con el tiempo.
La madre de Dante entró, vestida con un manto oscuro.
—Si el Consejo supiera la verdad, me habrían destruido siglos atrás.
Se acercó, posó la mano sobre el Libro de la Vida y sus ojos se encendieron con un brillo carmesí.
—Yo amé a un vampiro —confesó—. Y de esa unión nació algo que el mundo no debía conocer: mi hijo.
Dante la miró, atónito.
—¿Qué…?
—Eres el equilibrio entre la sombra y la sangre —dijo ella—. Por eso el Consejo te teme. Por eso ella te encontró.
Lyra sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El libro comenzó a brillar, respondiendo a las palabras de la mujer.
La bruja entendió, al instante, lo que significaba: el poder de ambos estaba ligado por la misma antigua emancipación que el Consejo había prohibido.
—Tu unión no es una amenaza —dijo la madre—. Es una repetición. La historia vuelve a escribirse.
A lo lejos, un trueno rompió el silencio.
El fuego azul que protegía el refugio titiló.
Dante apretó la mano de Lyra.
—Nos encontraron.
Ella abrió el libro. Las páginas se agitaron, y los símbolos antiguos se alzaron en el aire.
—Entonces no hay más refugio —dijo ella, encendiendo el fuego de sus ojos—. Solo guerra.
La madre de Dante asintió.
—Si la historia va a repetirse… que esta vez termine en libertad.
Y mientras el dragón rugía en el cielo, el fuego volvió a encenderse.
La guerra aún no había terminado, pero el linaje prohibido acababa de despertar.