El amanecer se filtró entre las ruinas del Refugio.
Las cenizas aún flotaban en el aire, pero la batalla había cesado por un instante.
Lyra y Dante apenas habían dormido; sus almas seguían unidas por la tensión de la guerra, por la promesa de lo que aún debían enfrentar.
La madre de Dante los observaba desde la distancia, con los ojos cargados de una mezcla de orgullo y melancolía.
Finalmente se acercó y habló con voz firme:
—Tu padre quiere verte, Dante. Y quiere verla a ella también.
Él frunció el ceño.
—¿Mi padre? Creí que…
—Nunca dejó de vigilarte —interrumpió la madre—. Vive en las tierras más allá del Umbral de las Sombras. Ninguna especie ha cruzado ese paso sin perder su poder, pero él te abrirá camino.
Lyra miró a Dante con una mezcla de temor y esperanza.
—¿Y si es una trampa?
—No lo es —respondió su madre—. Él fue el único que alguna vez desafió al Consejo y sobrevivió. Y si alguien puede protegerlos en el viaje, es él.
La mujer tomó algo de su cuello: un anillo antiguo, de piedra negra con vetas rojas, tallado con runas que parecían moverse.
Se lo entregó a Lyra.
—Este anillo perteneció a tu padre, Dante. Se lo di cuando creí que jamás volveríamos a vernos. Si él lo ve en sus manos, sabrá que la acepto como parte de nuestro linaje.
Lyra lo sostuvo con reverencia.
El anillo estaba tibio, como si guardara fuego en su interior.
—Prometo protegerlo con mi vida —susurró.
Montaron el dragón al amanecer.
El cielo se volvió oscuro y la tierra bajo ellos se desvaneció.
Durante el viaje, cruzaron mares sin nombre, desiertos flotantes, y ríos donde la magia se quebraba.
En el horizonte, una fortaleza emergía sobre una montaña de obsidiana.
El aire era denso, pesado, pero vivo.
El padre de Dante los esperaba allí.
Su figura imponía respeto: alto, con la mirada tan afilada como el acero y un aura que mezclaba la calma de los vampiros con la furia contenida de los demonios.
Cuando Lyra se acercó, el aire tembló.
—Así que tú eres la bruja que cambió el destino de mi hijo —dijo, sin apartar la mirada de ella.
Lyra asintió, sin temor.
—Y usted, el hombre que desafió al Consejo antes que nosotros.
El silencio se extendió como una sombra entre ambos.
Hasta que Dante avanzó y extendió la mano de Lyra hacia su padre.
—Ella me salvó. Me hizo ver que la guerra no tiene sentido si no hay algo por lo que valga la pena luchar.
El padre bajó la vista al anillo que Lyra llevaba en el dedo.
Sus ojos se suavizaron.
—Veo que su madre habló… —dijo, apenas audible.
—Y le dio su bendición —respondió Lyra.
Un suspiro largo escapó del hombre.
—Entonces no tengo más que seguir su ejemplo. —Luego añadió con un destello de emoción—. Si dos mundos prohibidos se aman, que lo hagan bajo la verdad, no bajo el miedo.
Esa noche, en el salón ancestral de la fortaleza, las antorchas azules iluminaron los muros de piedra.
El padre ofició una ceremonia antigua, olvidada por los reinos:
la Unión de Sangre y Fuego, reservada solo para los que compartían destinos imposibles.
—Dante, hijo de las sombras y la sangre —dijo solemnemente—, ¿aceptas a Lyra, bruja tejedora, como la llama que guiará tu eternidad?
—La acepto —respondió él, con voz temblorosa.
—Lyra, bruja del fuego, guardiana de los elementos —continuó—, ¿aceptas a Dante, hijo del linaje prohibido, como tu vínculo eterno?
—Sí, lo acepto —susurró ella.
El fuego del altar se encendió solo.
El aire se llenó de una melodía antigua, como si los elementos mismos los bendijeran.
El padre tomó una daga ceremonial, la pasó por sus palmas y unió sus manos entrelazadas.
La sangre y la llama se fundieron.
Y así fueron unidos, bajo los dioses antiguos que una vez observaron la emancipación entre especies.
Esa noche, cuando quedaron solos, la luna bañó la habitación en una luz plateada.
El fuego que los rodeaba no quemaba: acariciaba.
Sus almas se buscaron, se encontraron, y por primera vez, el amor prohibido se consumó.
El hechizo de emancipación se despertó en ellos, sellando su vínculo más allá de la magia o la muerte.
Los símbolos del Libro de la Vida —aunque escondido lejos— brillaron en la distancia, respondiendo a su unión.
El mundo acababa de cambiar otra vez.
Al amanecer, partieron junto al padre de Dante, cruzando el Umbral de las Sombras de regreso.
La guerra los esperaba.
Las nubes negras cubrían el horizonte y las especies preparaban su ofensiva final.
Cuando llegaron al Refugio, la madre de Dante los recibió con una sonrisa silenciosa.
—Veo que el fuego ha encontrado su equilibrio —dijo, tocando el anillo en la mano de Lyra.
—Y el linaje prohibido vuelve a renacer —respondió Lyra.
El padre observó el horizonte, con el rostro endurecido.
—Es hora —dijo con voz grave—. El Consejo marcha.
Lyra apretó la mano de Dante.
—Entonces luchemos, no solo por nuestras especies… sino por el derecho a amar sin cadenas.
Y mientras el sol se alzaba, las montañas comenzaron a temblar.
La guerra final había comenzado a llamar.