No todo era felicidad.
Apenas unos meses después de que el Consejo proclamara la emancipación entre especies, una nueva sombra se alzó sobre los reinos.
Mensajeros llegaron desde los límites del norte, sus alas rasgadas y sus voces temblorosas. Hablaban de una fuerza que no pertenecía ni al cielo ni a la tierra: los ángeles del lado oscuro, antiguos guardianes caídos que buscaban reclamar el poder del Libro de la Vida para sí.
El Consejo fue convocado de nuevo.
Las antorchas ardían como presagios cuando el anciano portavoz pronunció las palabras que helaron cada corazón presente:
—Una nueva guerra se aproxima. El equilibrio se ha roto.
Lyra sintió cómo el aire se volvía denso. Sus manos, que ya descansaban sobre su vientre redondo, temblaron.
Dante la observó en silencio, su mirada cargada de miedo y determinación.
Sabía que ella jamás se quedaría atrás, incluso embarazada de seis meses, incluso sabiendo el riesgo.
Aquella noche, en la penumbra de su habitación, Dante la tomó de las manos.
—No irás a esa guerra, Lyra. No puedo permitirlo. —Su voz era una mezcla de súplica y autoridad.
Ella lo miró, con la serenidad de quien ya ha tomado una decisión.
—No puedo quedarme mientras el mundo que nuestros hijos van a heredar se destruye. —Le acarició el rostro—. Ellos merecen nacer en paz, Dante.
Él bajó la mirada, sintiendo el peso del amor y el miedo al mismo tiempo.
El fuego del hogar iluminó el brillo dorado del Libro de la Vida, que reposaba sobre la mesa. Sus páginas se abrieron solas, dejando escapar una ráfaga de luz que cubrió la habitación.
Una voz antigua resonó en la mente de Lyra:
> “La paz no se pide, se teje con sacrificio. Toma el poder de los cuatro elementos y sella el abismo con tu alma.”
Lyra comprendió lo que debía hacer.
Al amanecer, montó su dragón de fuego una vez más. Las llamas se reflejaban sobre su piel y su vientre, como una promesa viva.
Dante, montando su corcel oscuro, la siguió a través de los valles envueltos en niebla.
A su lado, demonios, brujas y vampiros marchaban unidos por primera vez desde la gran emancipación.
La guerra fue breve, pero brutal.
Los ángeles oscuros descendieron como sombras aladas, devorando la luz del cielo.
Lyra alzó el Libro de la Vida y su voz resonó con la fuerza de los cuatro elementos:
—¡Tierra, agua, aire y fuego, escúchenme! ¡Por la vida y por la paz!
El suelo tembló. Los ríos se levantaron. El aire rugió.
Y el fuego, su fuego, danzó alrededor de ella formando un círculo sagrado.
Las criaturas del abismo gritaron, y el cielo volvió a iluminarse cuando Lyra, entre lágrimas, selló la grieta con su poder.
La guerra cesó.
Los ángeles oscuros fueron arrastrados de nuevo a las sombras, y el Libro de la Vida cayó cerrado entre las manos de Lyra, ahora exhausta.
Dante corrió hacia ella. La tomó en sus brazos, sintiendo su pulso débil.
—Lyra, mírame… —susurró desesperado—. Quédate conmigo, amor.
Ella apenas pudo sonreír.
—Lo logramos, Dante. Nuestros hijos… tendrán un mundo en paz.
Su cuerpo se tornó frío, y Dante, con el corazón en un puño, la levantó.
Sin perder tiempo, la llevó al único lugar donde aún quedaba esperanza: la fortaleza de su padre.
El antiguo vampiro, custodio del saber prohibido, los esperaba.
Cuando vio a su hijo con Lyra en brazos, entendió sin palabras lo que debía hacer.
—Tráela dentro —ordenó con voz grave—. Si alguien puede salvarla, somos nosotros.
Dante la sostuvo con fuerza, mientras el Libro de la Vida brillaba de nuevo entre sus dedos, como si aún no hubiese contado el último capítulo de su historia.