Sombras que arden

Capítulo 19 — Herederos de Fuego y Sombra.

Pasaron los meses entre susurros y plegarias.
El día en que Lyra despertó, su vientre se movía con fuerza: dos vidas listas para conocer el mundo que sus padres habían salvado.
Dante no se separó de ella ni un instante. Sus manos siempre sobre las de Lyra, temblando entre el miedo y la felicidad.

Y así, bajo la luna llena que había sido testigo de su amor, nacieron los gemelos.
Una niña, con ojos como brasas ardientes, y un niño, con pupilas plateadas que reflejaban el brillo de la noche.
—Una bruja… y un vampiro —susurró Dante, sonriendo mientras las lágrimas le caían por el rostro.
Lyra lo miró, agotada pero serena.
—El equilibrio perfecto —respondió—. La unión que el mundo nunca creyó posible.

La noticia recorrió los reinos.
El Consejo declaró que los gemelos eran el símbolo de la nueva era, y la madre de Dante, junto con su padre, decidieron mudarse con ellos. Querían ver crecer a los nietos por los que tantas vidas se habían sacrificado.
Construyeron una gran casa entre los valles, donde las criaturas de todas las especies convivían en armonía.

Semanas después, prepararon la gran celebración del bautizo de los herederos del fuego y la sombra.
Luces flotantes decoraban el cielo, dragones surcaban las nubes, y los cánticos de brujas, demonios y vampiros se mezclaban en un solo himno.

Pero entre tanta alegría, Lyra sintió un vacío.
Esa noche, mientras todos dormían, se sentó frente al fuego y escribió una carta a su madre, a quien no veía desde hacía años.
Le habló del amor, del perdón, de sus hijos.
También escribió a su padre, el hombre que la había criado y que le había enseñado que el poder sin bondad era solo destrucción.

Los invitó al bautizo.

Y ellos llegaron.

Primero su madre, con una capa oscura y ojos que ocultaban rencor.
Luego su padre, cansado, con la mirada dolida pero llena de esperanza.
Dante los recibió con cautela, y Lyra, entre lágrimas, corrió a abrazar al hombre que la había amado como a una hija.

Durante la ceremonia, el aire cambió.
El fuego comenzó a crepitar con fuerza. La madre de Lyra, con un gesto casi imperceptible, levantó una mano.
El cielo se tornó rojo, y el brillo del mal se reflejó en sus ojos.

—No debiste unir la sangre, Lyra —susurró, su voz fría como el acero—. Esos niños no deberían existir.

El poder de su magia ancestral rugió, dirigiéndose hacia los gemelos.
Pero el padre de Lyra se interpuso, extendiendo sus brazos y creando un escudo de luz que contuvo el ataque.

—¡Basta, Elara! —gritó—. Son tus nietos.

El caos estalló. Dante corrió hacia los niños, protegiéndolos con su cuerpo, mientras Lyra se levantaba, su energía renaciendo en un torbellino de fuego y viento.
El Libro de la Vida vibró desde el altar, abriéndose por sí mismo.

La madre de Dante apareció junto a su esposo.
—No otra vez —dijo ella con firmeza—. No dejaremos que el mal vuelva a destruir nuestra familia.

El fuego de Lyra chocó con la oscuridad de su madre. Los muros temblaron. El aire se llenó de gritos y de magia desbordada.
Lyra, con el poder de una tejedora completa, extendió su mano y gritó:

—¡Por la vida, por el amor y por mis hijos!

El fuego se convirtió en una cúpula dorada que envolvió a los gemelos.
El ataque rebotó, y la madre de Lyra fue derribada al suelo. Su poder se disolvió en el aire como humo disperso.

El silencio cayó.
El padre de Lyra la tomó del rostro, con lágrimas en los ojos.
—Te salvé como prometí —susurró—. Pero el perdón es tuyo, hija mía.

Lyra lo abrazó con fuerza, mientras Dante sostenía a los gemelos entre sus brazos.
La madre de Dante observó la escena y, con un suspiro, pronunció:

—Ahora sí… la paz es real.

Esa noche, bajo el mismo cielo que alguna vez ardió en guerra, las familias unidas velaron a los niños.
Lyra y Dante se miraron, sabiendo que aquella batalla no fue solo contra la oscuridad… sino por el amor que siempre renace, incluso en las sombras.

Y el Libro de la Vida, desde el altar, se cerró una vez más, brillando con una última frase escrita sola sobre su tapa:

> “El amor no acaba con la guerra. La transforma.”




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