El sol se escondía lentamente detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos dorados y violetas.
Lyra y Dante caminaban por el valle que rodeaba su hogar, disfrutando de la brisa suave que traía el aroma de los cerezos en flor.
La guerra, los miedos y las sombras quedaban atrás; ahora, solo existía la calma.
Lyra sonreía, su cabello ondeando con el viento, cuando de pronto se llevó una mano al vientre.
Un leve mareo la obligó a detenerse.
Dante, atento como siempre, la sostuvo con ternura.
—¿Estás bien, amor? —preguntó preocupado.
—Sí… solo me siento un poco extraña —susurró ella, con una sonrisa incierta—. Es una sensación que no puedo explicar.
Dante frunció el ceño y, sin decir más, la tomó entre sus brazos y la llevó de regreso a casa.
El fuego crepitaba en la chimenea, iluminando el rostro de Lyra mientras se acomodaba en el sillón.
Dante se arrodilló frente a ella, con una mezcla de miedo y esperanza en la mirada.
—No quiero alarmarte —dijo él con voz suave—, pero… creo haber sentido algo.
Tomó su mano y la posó sobre su vientre.
Por un instante, el silencio llenó la habitación.
Entonces, un leve latido mágico se hizo sentir, tan sutil como el murmullo del viento.
Lyra se llevó la otra mano al pecho, con los ojos llenos de lágrimas.
—No puede ser… —susurró entre sollozos—. ¿Otra vez?
Dante sonrió, incrédulo y feliz.
—Sí… vida, Lyra. Siento vida en ti.
Ella rió y lloró al mismo tiempo, abrazando a Dante con fuerza.
—Nuestros hijos siempre lo desearon… querían un hermano.
—Y parece que su deseo fue escuchado —respondió él, acariciando su rostro—. Un nuevo comienzo… justo cuando llega la Navidad.
Esa misma noche, el hogar se llenó de aromas y risas.
Lyra y Dante prepararon una cena familiar, decorando la casa con luces y flores encantadas que flotaban sobre la mesa.
Evelyn y Lucian llegaron junto a Aiden y Nyra, trayendo consigo regalos y alegría.
Cuando todos estuvieron sentados, Lyra se puso de pie, con una sonrisa radiante.
—Tenemos algo que decirles —anunció.
Los gemelos la miraron expectantes.
Dante tomó la mano de Lyra y la colocó sobre su vientre.
—Vamos a tener un nuevo miembro en la familia —dijo él, sin poder ocultar la emoción.
Evelyn soltó un grito de alegría y corrió a abrazar a su madre.
Lucian la siguió, riendo entre lágrimas.
—¡Sabía que la magia no se había ido del todo! —exclamó.
Dante rodeó a Lyra con sus brazos mientras todos celebraban a su alrededor.
El fuego de la chimenea crepitaba, reflejando el calor que llenaba el hogar.
Afuera, la nieve comenzaba a caer suavemente sobre el valle, como si el mundo entero los bendijera con un nuevo comienzo.
Lyra miró a Dante con amor infinito.
—Otra vida… otra oportunidad de amar.
Él besó su frente y respondió con voz temblorosa:
—Y esta vez, sin guerras, sin sombras. Solo nosotros… y la paz que tanto merecemos.
Las risas de sus hijos llenaron la casa, y las luces danzantes iluminaron sus rostros.
En ese instante, Lyra comprendió que el verdadero poder del Libro de la Vida nunca fue la magia ni los elementos…
fue el amor que había unido a todas las especies, y que ahora seguía creciendo dentro de ella.
El reloj marcó la medianoche.
Las campanas del reino resonaron a lo lejos.
Y bajo aquel cielo estrellado, Lyra y Dante se abrazaron, sintiendo el latido de un nuevo amanecer.
> “Porque el amor, cuando es verdadero, nunca muere.
Solo se transforma… en vida.”