Los días siguientes fueron un torbellino de entrenamiento y dolor.
El valle, alguna vez pacífico, se transformó en un campo de preparación.
Evelyn practicaba hechizos antiguos con el Libro de la Vida, su magia entrelazada con la de su madre, mientras Lucian y Dante perfeccionaban el arte del combate, la espada ardiendo con una energía que parecía tener voluntad propia.
Lyra, aunque aún débil, caminaba entre ellos, guiando, enseñando.
Su mirada ya no era solo la de una madre, sino la de una reina, una bruja que había aprendido a reconstruirse de las cenizas.
—El poder no nace del odio —decía, mientras levantaba las manos hacia el cielo—. Nace del amor… del deseo de proteger.
Las brujas, vampiros, demonios y ángeles rebeldes se unieron bajo un mismo símbolo: la marca de Lyra, tejida con fuego y luna.
Por primera vez en siglos, las especies entrenaban juntas, respirando la misma esperanza.
Pero en las sombras, algo se movía.
El aire comenzó a oler a hierro, a muerte.
Una nube oscura cubrió los cielos del reino, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista.
—Ya vienen —dijo Dante, con la espada en alto, sus ojos brillando con un tono carmesí—. La guerra empieza esta noche.
El rugido de las bestias del inframundo resonó en la distancia.
Relámpagos negros rasgaron el cielo, y de ellos emergieron criaturas deformadas por la magia oscura.
El Libro de la Vida se abrió de golpe, temblando en manos de Evelyn, sus páginas susurrando palabras en lenguas antiguas.
Lyra lo entendió todo en un instante.
—El enemigo no busca solo la victoria… busca destruir el equilibrio.
Y con un gesto, la batalla comenzó.
Hechizos de fuego y aire chocaban contra sombras líquidas, mientras las espadas cortaban el aire con una fuerza sobrenatural.
Evelyn y Lucian peleaban espalda con espalda, los poderes combinados de brujo y vampiro creando una luz que desgarraba la oscuridad.
Lyra y Dante combatían juntos, como en los viejos tiempos, cada movimiento un reflejo del otro.
Pero el poder del enemigo era vasto.
Cada golpe parecía multiplicar la oscuridad.
Y entonces Lyra sintió cómo su energía flaqueaba… su vientre ardía, una punzada de magia oscura tratando de romperla por dentro.
Cayó de rodillas, y Dante acudió a ella.
—¡Lyra! —gritó, sosteniéndola entre sus brazos—. ¡Resiste, amor!
Ella lo miró, sus ojos llenos de lágrimas, pero con una determinación que ardía más que el fuego que la consumía.
—Necesito… ir con ellas… —susurró.
Dante entendió sin preguntar.
Con un hechizo de transporte, la envió junto al círculo sagrado de las brujas ancestrales, las guardianas del origen.
Allí, las brujas la esperaban, envueltas en capas de luz y sombras.
Sus voces resonaron como un canto antiguo:
> “La madre que perdió, ahora será la madre que renace.
Del dolor nacerá la creación,
y del fuego, la vida eterna.”
Lyra cayó de rodillas en el centro del círculo.
Las brujas alzaron las manos, y una corriente cálida la envolvió por completo.
Sintió cómo su vientre brillaba, cómo la energía oscura que la había dañado se deshacía lentamente, purificada por la magia ancestral.
Una lágrima dorada cayó de sus ojos y fue absorbida por el suelo.
El aire se llenó de perfume a flores nocturnas, y un rayo de luz bajó desde el cielo, atravesándola sin hacerle daño.
Cuando abrió los ojos, el fuego interior ya no dolía.
Su energía era distinta: pura, viva.
Una de las brujas se inclinó ante ella.
—Has sido bendecida con la magia de la creación, Lyra.
Cuando el mundo esté en calma, podrás volver a dar vida.
Tu vientre ya no lleva heridas… sino promesas.
Lyra sonrió, el alma en paz por primera vez desde la pérdida.
—Entonces lucharé por ese futuro —susurró—. Por ese hijo… por todos los que aún pueden nacer en un mundo sin miedo.
Las brujas levantaron sus manos, abriendo un portal que la devolvió al campo de batalla.
Lyra emergió envuelta en fuego dorado.
Dante la vio aparecer entre las sombras, y el ejército entero se detuvo un instante, asombrado por la fuerza que irradiaba.
—¡Por Lyra! ¡Por la vida! —gritó Evelyn, alzando el libro.
El ejército respondió con un rugido que estremeció la tierra.
Lyra levantó sus manos, y el fuego, el aire, el agua y la tierra respondieron.
Un solo gesto suyo desató una ola de poder que arrasó la oscuridad, sellando el portal de donde provenían las criaturas.
El silencio volvió.
El amanecer bañó el campo de batalla con tonos dorados.
Dante se acercó a Lyra, la abrazó y le susurró:
—Lo lograste, mi amor.
Ella apoyó la cabeza en su pecho, agotada pero sonriente.
—No… lo logramos.
El sol nació sobre el valle.
La guerra había terminado,
pero el corazón de Lyra latía con una nueva promesa:
un nuevo comienzo, una nueva vida por venir.
> “Porque hasta en las sombras más profundas,
siempre hay un fuego dispuesto a renacer.”