Sombras sobre Mayfair

Prólogo

Moscú, hace diez años

La sala no tenía ventanas, y sin embargo, la luz parecía provenir de todas partes. Era blanca, cruda, diseñada para que nada escapara a la vista. El suelo, brillante como el mármol, reflejaba los cuerpos alineados a un lado, de rodillas, con las manos detrás de la espalda.

En el centro, una joven de no más de dieciocho años sostenía un bisturí quirúrgico.

—Anastasia Morozova —dijo una voz metálica desde el altavoz oculto—. Has llegado al final del programa.

Ella no respondió. Mantenía la vista fija en el objetivo: un hombre, encapuchado, atado a una silla de acero inoxidable. No preguntó quién era ni por qué estaba allí. Había aprendido, desde hacía tiempo, que las preguntas no eran parte del examen.

—La decisión es tuya. Pero sólo una de las salidas está abierta.

Ella avanzó, deslizándose como una bailarina sobre hielo. Cada paso medido, preciso. El bisturí relucía. La tensión era absoluta, como una cuerda al borde del quiebre.

Cuando la sangre cayó, no hubo gritos. Solo un suspiro colectivo en la sala, como si los presentes también hubiesen contenido el aliento. Anastasia dejó el bisturí sobre una bandeja de acero y se quitó la máscara quirúrgica.

La cámara la enfocó. Ojos azules, expresión neutra.

—Código Rojo completado —anunció la voz.

Anastasia Morozova ya no existía. Lady Vólkova había nacido.




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