La familia Vanderleigh no era simplemente rica; era antigua. Su fortuna no se medía en billetes, sino en silencios comprados, en decisiones tomadas en habitaciones donde el resto del mundo no tenía acceso. El poder estaba incrustado en los pasillos de su residencia como las vetas del mármol: no se veía a simple vista, pero se sentía bajo los pies.
Lady Vólkova fue invitada, días después de su aparición inicial, a un almuerzo íntimo en la finca de los Vanderleigh en Surrey. El lugar era vasto, casi feudal, con campos de equitación y jardines que bordeaban lo laberíntico.
Allí conoció al núcleo: Lord Alexander, el patriarca, de mirada acerada y lenguaje medido. Su esposa, Geneviève, francesa de nacimiento, culta, desconfiada. Y por supuesto, Julian, el nieto prodigio. El más joven, el más silencioso. Observador como un halcón desde la sombra del árbol genealógico.
—¿Qué le interesa realmente de nuestra familia, Lady Vólkova? —preguntó Geneviève mientras untaba queso de cabra sobre una tostada.
—No su historia. Su estructura. Su alcance —respondió Anastasia con una sonrisa breve—. Tienen más influencia que algunos gobiernos. Eso siempre es... fascinante.
El comentario fue recibido con una mezcla de desdén y admiración. El tipo de reacción que sólo provocaban aquellos que sabían exactamente a qué venían.
En las horas que siguieron, mientras paseaban por la galería de retratos, Julian comenzó a estudiar a la visitante con creciente interés. No era como los otros “inversores”. No hablaba de índices ni de mercados. Hablaba de estabilidad. De legado. De control.
Y Julian, criado para leer entre líneas, sintió algo que no pudo ignorar: esta mujer sabía más de ellos de lo que aparentaba. Y no temía decirlo.
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thriller de espionaje elegante, drama político internacional, suspenso psicológico refinado
Editado: 05.05.2025